viernes, 4 de enero de 2013

Sillería del coro de la Catedral de Ciudad Rodrigo


Cuentan que hay gente que cree que las catedrales son las construcciones humanas más asombrosas, que para sentirse como en el interior de una catedral, solo se puede estar en el interior de una catedral. Eso que cuentan es cierto porque yo soy uno de ellos.

En mi pueblo hay una catedral, una  pequeña, y como en todas las catedrales hay una sillería para el coro. Un coro que podrías pensar demasiado grande y desproporcionado para el tamaño de las naves, alzado casi justo en el centro, lugar del que varios intentos frustrados a lo largo de los siglos trataron de apartar.

La tenues atmósferas de iglesia no son más que sangre,  dolor y oscuridad por doquier, cruces de tortura y muerte, imágenes que tratando de regalar luz y esperanza, retratan bellos cuerpos rotos y rictus que solo forjan corazones inconsolables. Aquí, junto a ellos, una cueva sin techo, un recinto entre rejas, encantado y de inaplazable llamada.  Si entras en el templo, sin duda  será el primer camino que enfilarás.  Tal vez asombrado e impotente tras las rejas, tal vez afortunado si encuentras la puerta abierta para dar ese paso adelante y adentrarte en ese cálido abrazo de luminoso nogal.

Y si por instante toda la luz del resto del templo se desplomara y tan solo pudieras ver y sentir en tus dedos el lecho de los setenta y dos sitiales, no encontrarías razón para creer que te hallas en el interior de iglesia o catedral. Un lugar destinado a cantar la gloria de Dios, cuyo destino es ser puente hasta su morada y en el que sin embargo, solo hay una figura religiosa. Viendo el relieve de San Pedro dudarás sobre la forma de contar de aquellos hombres del pasado. Un enorme santo frontal ordenando la fantasía grotesca o lasciva que se abigarra a sus pies. Tal distinción se le quiso dar tanto al diferente como  al obispo que se postrara  en su asiento, que el destino terminó por jugar burlón a quebrar el excesivo dosel de la extraña presencia en un mundo donde lo extraño es lo normal.

Entrarás e inevitablemente seguirás el paso del niño que te precede, del niño que fuiste y buscarás entre las  misericordias una más sorprendente, una más fuera de lugar, una más divertida. Después, ya más calmado, el ojo atento destilará  escondido duelos de seres contra natura, facciones de esmerados pequeños rostros o el milagro de retratar el movimiento en obras estáticas, tras la agitada lucha entre niños, entre toros y perros, entre Sansón y el león.  Y no puedes ser más que condescendiente con aquellos anónimos entalladores, más dotados o más “torpes”, que se atrevieron a firmar tantas figuras para contarte a ti muchos siglos después: “Yo lo hice”.

Una isla de radiante madera donde treparon animales,  hombres y animales-hombres o aquellas otras figuras que creímos inventadas y que por un instante nos parecieron de seres pasados o extinguidos, sin encontrar razones para separar fantasía y realidad, dragón  y castor,  sirena y león,  grifo y elefante, entre seres con cara de culo y todos esos cerdos.  Y como la vida no es más que lucha continua, la pelea y el duelo entre el bien y el mal apareciendo por todos lados.

 Y todo cuenta, y todos cuentan porque de eso se trata, de enseñar y advertir, de asustar y censurar, de  dar a entender cuándo se habla de vicio o virtud, cuándo de lujuria, envidia o mentira, cuándo de castidad, humildad o fortaleza. Aunque justo en el momento en que se escriben estas pequeñas historias en Ciudad Rodrigo, la Historia está cambiando y de Italia nos llega esa atrevida idea de dejar  a Dios a un lado y valorar en su justa medida al ser humano como creación divina. Los guerreros desnudos anuncian la llegada de otro mundo menos integrista y más libre que nunca cuajará en nuestra España cerril.

Tras los respaldos de los sitiales, delicadas ventanas ciegas tras rejas inventadas, adivinando una vista mucho más allá del hoy y aquí, tal vez el más allá que busca el que  penetra en esta Catedral y en este recinto, el que muestra la  música compuesta para ese fin. Tras la belleza ornamental y floral, elegante pero muerta, no se puede evitar ver nacer otras tantas figuras más ocultas, más pequeñas, menos vistosas y por ello plenas de aún más mérito.

Y detrás de todo, un hombre. Detrás,  Rodrigo Alemán, un ser superior que derrotado venció.  Un hombre que murió con setenta y dos años. ¡Por Dios,  setenta y dos años para crear Toledo, Plasencia y Ciudad Rodrigo! Cada uno de los demás sabemos que ni en mil años podríamos ofrecer algo así a nuestros semejantes. Si este pensamiento te hace sentir pequeño, imagino que al que conoce su don, al que sabe lo extraordinario que se aloja en su interior, le hace sentir gigante y es cuando resultará cansado negociar y plegarse a lo cotidiano y humano.  

Así nació su lucha sin fin.

De ahí postrarse ante un credo renunciando al propio para construir un mensaje de crítica a la religión que no invita sino que amenaza. Quiso vencer a la Iglesia retándola en sus mismas entrañas, denunciando aquellos vicios que ni el arcediano ni el deán podrían dejar de mirar durante el canto. Encontró la verdadera libertad en su obra.

De ahí postrarse ante una sentencia. Al lógico cumplir con lo pactado y después rechazado. Diez mil o trece mil maravedís se antojaban lo mismo: absurdo por lo módico. Pero él ganaba su permiso para continuar con todo aquello que no quiso abandonar. La Chancillería  respaldó a Ciudad Rodrigo y con ello concedió un pequeño milagro, sencillo y austero comparado con sus hermanas mas diferente y único, del mejor final del gótico. Nunca un trozo de eternidad costó menos.

De ahí postrarse ante  una vida entrampada llena de las peores trabas, las sin sentido. Quiso marchar de una forma distinta, engañando a la realidad, transformándose quizás en otro personaje fantástico como los que habitaban sus obras, sin saber si fue real o inventado aquel final, si aquella proporción entre dos libras de carne y cuatro onzas de plumas llegó realmente a funcionar y, cual Dédalo,  pudo escapar de la torre de la catedral de Plasencia donde moraba prisionero.


Tiempo de laudes o vísperas. Hic est chorus. Justo en este lado comenzará la música que hasta hace un instante yacía sin vida sobre  el facistol. Y entonces se operará el encanto y todo se alzará en pie y tras el mar de notas se volverá a escuchar la arrogante voz de Rodrigo gritándole blasfemo al mismo Dios: “¡Ni Dios mismo es capaz de realizar una creación tan hermosa!”


4 comentarios:

CiegoSabino dijo...

Lo de los coros es un misterio sin desentrañar. ¿Cómo es posible que una obra "de encargo" y además teniendo en cuenta quién era el "encargante" pudiese ridiculizar de tal modo al pagador?. ¿Por qué en los coros se permitían figuras, que incluso podríamos calificar de "blasfemas", que en otras circunstancias hubieran supuesto un grandísimo riesgo, incluso de su vida, para su autor?.

Lo dicho, misterios. Si alguien conoce alguna razón agradecería que la expusiera (y supongo que libros y estudios que intenten explicarlo tiene que haber a montones).

Atalanta dijo...

El coro de Ciudad Ródrigo más que por la abundancia de imágenes blasfemas,se caracteriza por la abundancia de animales, sobre todo mitológicos o directamente inventados por ser mezcla de varios seres.De los que tú cuentas, un obispo con cuerpo de centauro, frailes metidos en odres de vino, cerdos con capucha de fraile. Cuando aquí te lo explica el guía, también se preguntan por qué se toleraba y te apuntan el hecho de que las misericordias se utilizaban para apoyar el culo. Bien, pero las figuras aparecen por todas partes en el coro - más de las que imaginas- y eso no tendría razón de ser. Emparentadas también las figuras de la vida diaria como un par de tipos cagando. De casi todas se sabe que representan bien un vicio, bien una virtud. Como digo en el texto, lo que más me llama la atención es que realmente solo haya una figura religiosa. Creo que el dato de ser un artista converso no se puede dejar de lado. A mí también me gustaría encontrar explicaciones pero por lo que he leído, no está tan claro. Seguiré estudiando las figuras de los capiteles para ver si se repite temática. Lo que es innegable es que es un mundo verdaderamente alucinante y aquí sí que el adjetivo es más correcto que nunca.

CiegoSabino dijo...

Y un pedazo de pene (por no decir otra cosa más soez) de tamaño "bien armado" que si no recuerdo mal está de pasamanos en una de las escalerillas para subir a la sillería alta.

Atalanta dijo...

Pedazo de rabo.