jueves, 31 de enero de 2013

Anábasis


La expedición de "Los Diez Mil" viene a ser una de las aventuras contadas más increíbles de la Historia.  Más de diez mil soldados griegos (la mayoría espartanos), se enrolaron como mercenarios en el ejército de Ciro con intención de disputarle el trono persa a su hermano Artajerjes II. En la batalla de Canuxa, cerca de Babilonia, Ciro fue muerto y el ejército griego se convirtió en una unidad perdida en el corazón de un Imperio hostil. Entre aquellos hombres estaba Jenofonte, al que, tras el asesinato traidor de sus caudillos, le tocó asumir el mando en la retirada más épica que se recuerda. Desde cerca de lo que hoy es Bagdad hasta el Mar Negro, a través de montañas y desiertos, del Kurdistán y Armenia, en un trayecto de más de cinco mil kilómetros, golpeados por el frío y el sol, el hambre y el agotamiento además de por el permanente acoso del Ejército Persa, lograron llegar entre gritos de "¡¡Thalatta!!" ("¡¡El mar!!") hasta el mar, hasta su salvación, con gran parte del grueso del ejército aún unido, en lo que se considera un modelo de disciplina en la derrota.

Jenofonte legó a la posteridad ese alucinante relato de tal epopeya que es "Anábasis" (Ascensión). El ateniense Jenofonte era un tipo peculiar, una especie de soldado escritor, de intelectual aventurero. Fue discípulo de Sócrates al que veneraba pero también tenía vocación de hombre de acción, presto a enrolarse en el ejército, en un antecedente, como bien señala Javier Reverte, de Garcilaso, Byron o Cervantes. 

Ahora es el turno de recorrer mi propia larga marcha que comencé ya hace meses y sé que pasarán años hasta que llegue al mar. Despedazar la presa en plaza pública forma parte de la redención. Puede que parezca que hoy es lo más hondo del infierno pero no es así. Mi ascensión comenzó el día que conseguí liberarme del lastre invisible e inexplicable que durante años me impidió superar obstáculos -quizá ahora se entiendan mejor mis crípticas atalantianas-, un laberinto mental en el que estuve atrapado que pudo no tener fin y del que afortunadamente, hace tiempo renací acompañado. Sí, es el infierno, pero la luz, a cada paso, siempre estará más cerca. Las pulgadas siguen estando ahí. 

lunes, 28 de enero de 2013

La ley de la adaptación




Lunes, 28 de enero. Punto y seguido. Hace un par de meses comencé nuevo reto. No es de los que lucen  pero precisamente por ello, es de los que más cuesta. Volver a estudiar de verdad. Confieso que me costó arrancar, que en ocasiones me asustaba  no ser capaz de afrontar aquellas palizas de hace ya tantos años. Ahora sé que no había lugar a temores. Al final, todo funciona en el modo entrenamiento. Es la vida, no tiene secreto.

Os pasará a todos los que practicáis deporte de forma regular. Periódicamente, integristas de la vida sedentaria que llevan años sin realizar actividad física alguna, se interesan por la mejor forma para comenzar a practicar algún deporte de resistencia. Nunca dejo de insistir en que hay que ir muy poco a poco, que la paciencia y esos pequeños progresos apenas perceptibles y tan duros de lograr en los primeros tiempos, son la clave. El cuerpo se encuentra tan oxidado y reticente a moverse que cualquier pequeña meta se muestra a menudo infranqueable. Es entonces cuando los dolores, molestias y lesiones surgen por doquier. Además de que mentalmente no se tolera sufrir,  el cuerpo no está adaptado a ningún tipo de carga y termina por "romperse". Toca resistir, toca insistir.


Bien, estudiar viene a ser lo mismo. Comienzas poco a poco y a menudo te parece imposible conseguirlo, más si son materias áridas, más si no son apuntes sino libracos. Tienta renunciar y aceptar que tu momento pasó. Sin embargo, progresivamente comienzas a adaptarte y sentir que te mueves con más soltura, que las horas sobre las páginas no transcurren tan lentas, que consigues llegar a esos objetivos parciales que, antes o después, te regalarán la victoria final. Incluso llega un día en que eres consciente de que disfrutas del proceso. Al fin y al cabo, tratas de interiorizar la obligación desde otro punto de vista. Soy curioso, me paso la vida leyendo. ¿Por qué no me va a interesar aprender cualquier cosa, sea lo que sea? Pronto me lanzaré a lo que realmente me apasiona.

Eso sí, la vida se convierte en una especie de contrarreloj en la que paradójicamente casi nunca estás cansado y en la que no se permite malgastar ni un instante. Una vida que actualmente, y a grandes rasgos, viene a ser un gráfico de seis porciones: 

Trabajo - Estudios - Susana - Leer y Escribir - Deporte - Cajón heterogéneo.

Curiosamente, hace unos días leía en el blog de Rebeca una frase de Darwin que lo explica mejor que nadie: "Un hombre que se dedica a malgastar una hora de su tiempo aún no ha descubierto el valor de la vida"

Independientemente del resultado de los exámenes, cuando esta mañana, después de levantarme a las cinco, apunté veintiseis horas de estudio durante la semana pasada, me paré a disfrutar de la familiar satisfacción que solo proporciona la ascensión de la montaña, la que cualquier ultrafondista sabe mucho más valiosa que la cima. Por otra parte, esa combinación ansiedad  + descompresión de esta mañana se parece mucho a las de las grandes citas deportivas, a un cien millas, por ejemplo. De nuevo esa jodida y bendita sensación adictiva. Estoy perdido.

viernes, 25 de enero de 2013

Habeas Corpus



Siempre conoció las dimensiones de la cárcel. Bastaba contar las rayas. Y ayer esta cárcel medía justa e injustamente cinco años por tres deudas. Todos saben que las peores celdas son las inventadas, las de puertas abiertas. Celdas o madrigueras donde la misantropía comienza por el odio a uno mismo, donde las sueños son tan terribles que jamás se recuerdan. 

Y hoy que por fin dejó de ver donde termina el cielo; hoy, que ya no hay barrotes entre él y yo, comprende que no necesita más que lo que dejó olvidado sobre el jergón. Cuando cuando no significa nada, no es mal negocio cambiar aquellos años por cada nueva hora. Y se hace tarde.

- Vamos a ponernos en marcha y no vamos a parar hasta que lleguemos allí.

- ¿Adónde vamos, tío?

- No lo sé, pero vamos a ir.


domingo, 20 de enero de 2013

El peor delito en Mali



Apenas sé nada de Mali. Desde hace años, mentalmente lo asocio con otros dos países que, en principio, poco tendrían que ver con el africano: Brasil y Cuba. El motivo es esa similar y sorprendente riqueza musical en una mancha de África.   Lo mío no es la música africana, por lo que si yo conozco a Salif Keita, Oumou Sangare, Toumani Diabate, Ali Farka Toure o Rokia Traoré, es que deben existir a miles.

Hace unas semanas, antes de que Mali ocupara portadas, leí un artículo de Manrique en el que se describía cómo en las zonas ocupadas por los fundamentalistas, se perseguía con saña la música. Mejor que yo, lo explican las palabras de un iluminado comandante rebelde: “La música es contraria al Islam. En vez de cantar ¿por qué no leen el Corán? No estamos únicamente en contra de los músicos de Malí; estamos en una guerra contra todos los músicos del mundo”.

Nada cambia, los siglos se suceden y el poder utiliza las mismas armas de dominación. Ese empeño por controlar la cultura, por decidir qué resulta edificante para el pueblo o por directamente eliminarla es todo un clásico. También la resolución será de manual. Uno de los vehículos a través de las que se transmite el alma de un pueblo -más en una sociedad donde debe jugar un papel tan importante- es la música y luchar contra ella siempre será causa perdida. Su fuerza es todopoderosa, su poder invencible. De un modo u otro se transmitirá y un día renacerá con áun más fuerza, tarde diez o cien años.

Si hablamos de malos tiempos,  nada como la música pueda expresar la pena y la esperanza. Desde hace meses llevo empeñado en una gran empresa que tenía aparcada, la de entender la esencia de uno de los géneros más sinceros y sentíos, el blues. Ahí os dejo a Ali Farka, el amigo defensor de su origen maliense como uno de los componentes de un estilo bastante más complejo de lo que muchos imagináis. 

miércoles, 16 de enero de 2013

"Amor" según Haneke



La mejor película de 2012.

El magistral retrato de un amor fuera de los focos que no interesa.  Ser anciano es ese tiempo en el que todo está mediatizado por el deterioro físico, donde la ley natural es la fragilidad de la existencia transformada en cuenta atrás para el temible final o, peor aún, para el definitivo fuera de juego en una sociedad que aparta displicente. Una edad en que la pregunta: "¿Cómo estás?" se convierte en amenaza, en que la respuesta viene a ser un parte de guerra. Una edad en la que toca volver atrás y ante la fealdad del presente, devorar en arrebatos viejos álbumes de fotos para recordar que esta misma vida también  fue hermosa, que aunque ahora, en la antesala de la puerta de salida, reine el plazo, en tiempos también  nos pareció infinita. Y esa vida fue más vida porque fue junto a ti. 

Y ahora al amor se le une la culpabilidad del que cree no  hacer lo suficiente. Y la culpabilidad del que solo cree ser un lastre inmerecido para el que ama. Y el miedo. Y la incomprensión. Y la paciencia. Y la ira.


Un gran autor cuenta mejor porque conoce su oficio y sabe manejar las herramientas . Como es usual, cada plano de Haneke está impregnado de una fuerza y poesía singulares, obra del dueño de una sensibilidad especial. 

Hacer buen cine es retratar la vida a través de un puñado de escenas. Y Haneke nos dice que la vida es algo que sucede o en el que algo está a punto de suceder. Para ello le bastan una cabeza de ojos abiertos sobre la almohada de madrugada , una paloma, un encadenado de paisajes, el silencio.

Y esta obra y este texto vuelve a remitir a ese maravilloso párrrafo de "Carta a D. Historia de una amor" sobre el amor del filósofo André Gorz a Dorine que hace tiempo pasó por aquí, y que curiosamente se acabó en la misma ciudad, París.

“Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. De nuevo siento en mi pecho un vacío devorador que sólo colma el calor de tu cuerpo abrazado al mío”.

La mejor película de 2012

domingo, 13 de enero de 2013

La mugre y la furia


Toca punk.  La excusa, un interesante vídeo  , "Punk o cómo colgarse un imperdible de la nariz", que compartió Manuel Delgado en su blog.

Su verdadero valor radica es que se emitió en 1978, apenas unos meses después de la carta de presentación del movimiento y sin embargo ya poniendo de manifiesto todas sus contradicciones y la escasa longitud del recorrido que tiene un callejón sin salida, sobre todo si  si se mide conforme a patrones establecidos. Había un dicho de no recuerdo quién que rezaba: "Nunca se es suficientemente contradictorio". Precisamente ahí reside su valor. No se trata de articular un discurso sino precisamente de rebelarse contra cualquier tipo de discurso. El punk solo es energía, solo llama, solo actitud. Solo y tanto.

Partiendo de que la paternidad inglesa del punk es harto discutible si vamos más allá de la casquería y lo puramente estético, cualquier melómano mínimamente avezado sabe que el verdadero origen está al otro lado del Atlántico. Nada más punk que MC5 o The Stooges o ya más a las puertas de la explosión, Ramones. 

El mejor retrato de la detonación al que he tenido acceso es el magnífico documental de Julien Temple, "The filth and the fury" ("La mugre y la furia") donde se retrata con criterio y estilo todo el revuelo que causó la mítica entrevista de  Bill Grundy a los Sex Pistols en la BBC y sobre todo la repercusión de una gira por principio autodestructiva,  primero en Inglaterra  y más tarde por Estados Unidos. Otra recomendación: "24 hour party people", la película de Winterbottom sobre el legendario efecto del concierto de Sex Pistols el 4 de junio de 1976 en Manchester sobre la que en su día ya tratamos   aquí.

Volviendo al reportaje motivo de estas líneas,  lo que me parece más reveledaor es cómo un intelectual como Cabrera Infante o el periodista entrevistador se empeñan en ofrecer o demandar respuestas a un fenómeno que justo en el momento de intentar darle forma pierde toda su fuerza, ya que bascularía entre lo ridículo y lo incomprensible.

Pero sí hay notas comunes, pistas que nos ayudan a rastrear el camino. 

En el origen unas circunstancias históricas muy concretas. Otra crisis económica del sistema, vivida desde un entorno urbano deprimido, dan pie a una revolución existencial producto de una frustración muy similar a la que protagonizó el nacimiento del  rock and roll en Estados Unidos a finales de los años cincuenta. Curiosamente, el hastío vital de aquella chavalería tenía un germen opuesto, la abundancia material y de oportunidades para encajar en el sistema y convertirte en uno más, provocaba un déficit espiritual también difícil de identificar y definir. 

El individuo como la única referencia válida. El "Do it yourself" como paradójica excusa para el alineamiento con todos los demás francotiradores de cuero negro que en unos meses surgen por doquier. El objetivo, la lucha contra la alienación de una sociedad que poco a poco mata lo valioso y espontáneo que llevamos dentro. 

De ahí la revolución contra las normas -no está claro el papel que juega la violencia-, contra una concepción consumista de la vida, contra los políticos, contra la mentira de los ideales de esos hippies reprogramados por el sistema. Es el NO, es el BASTA. Es el no quiero ser como tú. "Nadie es inocente".

Y la música, claro. El ruido y la urgencia para contestar a lo comercial y a vacas sagradas que como los Stones se hallan en vía de convertirse en bufones de la Corte. El grito y la rabia para convertirse en portavoces de una generación, para expresar más que las mil sutilezas de los virtuosos de la época que, enamorados de sí mismos, habían domesticado y se habían adueñado del rock and roll de la época. Visto con la perspectiva que da el tiempo, desde mi atalaya musical, disfruto lo mismo con  Led Zeppelin que con "Never Mind the Bollocks", un atolondrado y arrollador debut con derecho propio para figurar entre los diez mejores discos de de rock de la historia, capaz de retratar una época, lo que siempre será mucho decir.

Si tuviéramos que decir si el punk triunfó o simplemente se fue antes de nacer, podríamos  tirar del  famoso dicho de que murió de éxito. Desde que el movimiento tiene visos de convertirse en moda -por lo visto en el vídeo, desde sus mismos orígenes-, desde que es analizado por los grandes medios, desde que cada discográfica quiere su banda malcarada y su parte del pastel, aquello ya fue otra cosa. Sin embargo, como en cualquier fenómeno de este cariz,  siempre permanecerán alertas los  más integristas para renegar de cualquier vínculo que los emparente con todo aquello que precisamente quieren combatir en una, a mi juicio, desigual pelea.

Por otra parte, hoy constatamos que a pesar de que el acta de defunción del movimiento fue firmada casi desde el principio, la actitud punk remonta décadas sin aparente esfuerzo. El movimiento permanecerá latente y romántico para siempre jamás,  brotando en la sociedad con más o menos fuerza en función de las circunstancias vitales de la juventud de cada generación, de sus inquietudes y formación y de esa ley del péndulo no escrita que es la historia del rock and roll o cualquier forma de expresión asociada a la cultura popular.  "No future". Nunca una frase tuvo tanto arraigo, tanto tiempo por delante.

Hoy el término y la estética son pasto de revista de tendencias y poco falta para una planta alternativa en los grandes almacenes. ¿Que un icono proto-punk como Iggy Pop anuncie colonia por Navidad es simplemente desolador o acaso puede encarnar el gesto más punk que te puedas echar a la cara?

No, al final no comparto una canción de la época sino una posterior de quizá el personaje más valioso que dio toda la escena. Un tipo inteligente, talentoso y con una integridad de la dureza del granito. 

miércoles, 9 de enero de 2013

Tertulia: "Las leyes de la frontera"


Anotación marginal antes de entrar en materia. Nunca había presenciado una campaña promocional de un libro tan intensa y extensa. Lo que me sorprende es que habiendo respaldado el libro con tantas perras, Mondadori no cuidara más el formato y  portada del libro que simplemente me parecen espantosos.

Al lío. Es el tercer libro de Cercas que leo. Me lo regalaron en mi cumpleaños aunque antes o después, me hubiera hecho con él. A veces ocurre: discos, películas o libros que sin referencia previa te sorprenden y te preguntas: ¿de dónde coño ha salido esto? "Soldados de Salamina" fue uno de esos latigazos. Un libro magistral, una película a la altura. "La velocidad de la luz" no era redondo pero también tenía sus momentos, sobre todo   esa tremenda acumulación de razones para explicar la amargura. 



Los que tengan una edad recordarán unos personajes que hace tiempo desaparecieron de nuestras pantallas y periódicos. Eran delincuentes de poca monta, arrastraíllos de suburbio de gran ciudad pero que llevaban tras de sí la fama, la de verdad, la del futbolista o el rockero. La instantánea de los medios de comunicación y la más perdurable,  el aura que les proporcionaron películas fetiche de aquellos años como "Perros callejeros" inspirada en las aventuras de tipos como  El Vaquilla. Es curioso que tanta gente persiga la fama y tantos famosos renieguen de ella. Más parece condena que fortuna. Es uno de los temas de los que trata el libro. 

1978, Gerona. Mientras España aprende a vivir en libertad, el Zarco, uno de esos adolescentes pendencieros e indomables que el tratamiento mediático convertirá en míticos, tira su vida a la basura, tal vez no por iniciativa propia sino empujado por lo que se espera de un personaje creado por los demás. De telón de fondo omnipresente la droga, especialmente la heroína que causó estragos en ese generación algo mayor a la mía.

La historia está contada a través de las entrevistas que realiza un escritor encargado por una editorial para contar la vida del Zarco. El libro de Cercas también cuenta su historia, fundamentalmente a través de los ojos de Cañas, "El Gafitas", un chaval de clase media que compartió de forma accidental amor y atracos en su juventud y que durante los últimos años se ocupó de su asistencia jurídica. 

Sobre esa relación  y la de Cañas con Tere, también miembro de la banda, bascula el libro que se estructura en dos partes. Los primeros años y el nuevo encuentro de los "amigos" veinte años después, ya separados por el cristal del locutorio de una cárcel.

Francamente, la primera parte me decepcionó. La evolución de la historia me parecía de manual sin que nada me sacara del guion de lo que yo entendía debía ser una banda de principios de los ochenta al uso, con personajes y situaciones demasiado previsibles. Además echaba de menos las cargas de profundidad de la marca "Cercas", esos párrafos que te hacen pensar, donde se demuestra lo especial de un tipo con talento para presentarte el mundo y cómo lo percibimos, de una forma sorprendente, que siempre invita a pensar. Ya digo, todo transcurría con el aprobado justo hasta que comienza la segunda parte, hasta que cambia  el escenario y el tiempo, hasta que los personajes no son los mismos porque el tiempo los ha barrido.

Ahí se demuestra la maestría de Cercas desde varios puntos de vista: en el modo de manejar una estructura muy cuidada  que potencia la intriga en una historia que va cogiendo velocidad por momentos, precipitándose, adelantando datos que aumentarán las ganas de seguir leyendo, que emociona de forma brutal en momentos puntuales, mostrando y sobre todo ocultando aspectos de las relaciones y personajes -a través de ellos mismos o de cómo los ven los demás- con sentimientos cercanos y dolientes. Entonces sí, entonces Cercas se dedicará a minar el campo con sus habituales giros de cierto aire filosófico.

Al final te encuentras con que el libro efectivamente se aproxima lo que imaginabas antes de leer el primer párrafo; un libro que trata sobre la culpabilidad, sobre la posibilidad de elegir, sobre la libertad real.  Y Cercas te ha llevado allí a través de los caminos que ha elegido y sin que casi te hayas enterado, te da lecciones para que estudies en casa, para que pienses sobre la vida de los personajes y sobre tu propia vida. 

Conclusión: gran novela. Ya tengo más ganas de lanzarme a por ese otro libro del autor que tengo ahí pendiente y que es bien diferente, en tema y estilo: "Anatomía de un instante" sobre el 23-F. 

Últimos apuntes. Esas referencias entrañables para los de mi generación, la fundamental a "La frontera azul" y otra de interpretación totalmente personal, ese canto al maestro y a las cosas bien hechas en la onda del mensaje del "Gran Torino" de Clint .

Tic -tac, tic-tac. Cuenta atrás que no imagino muy larga para que este libro se convierta en película. 

8 de marzo, próximo cita. "El ruido y la furia" de William Faulkner. Enlace al PDF en el título.

domingo, 6 de enero de 2013

El mejor regalo


A estas horas ya todos habéis abierto vuestros regalos.

Espero que sí, espero que al menos uno os haya tocado. 
Si no, aún estáis a tiempo para dar camino a esas perrillas que seguro llegaron y hacer la mejor inversión.

Mis razones:

"El hombre que lee debería estár intensamente vivo. El libro debería ser una bola de fuego en su mano" (Ezra  Pound)

"Leer es ir al encuentro de algo que está a punto de ser y que aún nadie sabe qué será". (Italo Calvino)

"Lo único que le pido a un libro es que me inspire energía y valor, que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar, que me recuerde la urgencia de actuar"
(De Léolo de Jean Claude Lauzon)



(Esta mañana no tenía pensado escribir pero me gustaba tanto la foto de Javier)

viernes, 4 de enero de 2013

Sillería del coro de la Catedral de Ciudad Rodrigo


Cuentan que hay gente que cree que las catedrales son las construcciones humanas más asombrosas, que para sentirse como en el interior de una catedral, solo se puede estar en el interior de una catedral. Eso que cuentan es cierto porque yo soy uno de ellos.

En mi pueblo hay una catedral, una  pequeña, y como en todas las catedrales hay una sillería para el coro. Un coro que podrías pensar demasiado grande y desproporcionado para el tamaño de las naves, alzado casi justo en el centro, lugar del que varios intentos frustrados a lo largo de los siglos trataron de apartar.

La tenues atmósferas de iglesia no son más que sangre,  dolor y oscuridad por doquier, cruces de tortura y muerte, imágenes que tratando de regalar luz y esperanza, retratan bellos cuerpos rotos y rictus que solo forjan corazones inconsolables. Aquí, junto a ellos, una cueva sin techo, un recinto entre rejas, encantado y de inaplazable llamada.  Si entras en el templo, sin duda  será el primer camino que enfilarás.  Tal vez asombrado e impotente tras las rejas, tal vez afortunado si encuentras la puerta abierta para dar ese paso adelante y adentrarte en ese cálido abrazo de luminoso nogal.

Y si por instante toda la luz del resto del templo se desplomara y tan solo pudieras ver y sentir en tus dedos el lecho de los setenta y dos sitiales, no encontrarías razón para creer que te hallas en el interior de iglesia o catedral. Un lugar destinado a cantar la gloria de Dios, cuyo destino es ser puente hasta su morada y en el que sin embargo, solo hay una figura religiosa. Viendo el relieve de San Pedro dudarás sobre la forma de contar de aquellos hombres del pasado. Un enorme santo frontal ordenando la fantasía grotesca o lasciva que se abigarra a sus pies. Tal distinción se le quiso dar tanto al diferente como  al obispo que se postrara  en su asiento, que el destino terminó por jugar burlón a quebrar el excesivo dosel de la extraña presencia en un mundo donde lo extraño es lo normal.

Entrarás e inevitablemente seguirás el paso del niño que te precede, del niño que fuiste y buscarás entre las  misericordias una más sorprendente, una más fuera de lugar, una más divertida. Después, ya más calmado, el ojo atento destilará  escondido duelos de seres contra natura, facciones de esmerados pequeños rostros o el milagro de retratar el movimiento en obras estáticas, tras la agitada lucha entre niños, entre toros y perros, entre Sansón y el león.  Y no puedes ser más que condescendiente con aquellos anónimos entalladores, más dotados o más “torpes”, que se atrevieron a firmar tantas figuras para contarte a ti muchos siglos después: “Yo lo hice”.

Una isla de radiante madera donde treparon animales,  hombres y animales-hombres o aquellas otras figuras que creímos inventadas y que por un instante nos parecieron de seres pasados o extinguidos, sin encontrar razones para separar fantasía y realidad, dragón  y castor,  sirena y león,  grifo y elefante, entre seres con cara de culo y todos esos cerdos.  Y como la vida no es más que lucha continua, la pelea y el duelo entre el bien y el mal apareciendo por todos lados.

 Y todo cuenta, y todos cuentan porque de eso se trata, de enseñar y advertir, de asustar y censurar, de  dar a entender cuándo se habla de vicio o virtud, cuándo de lujuria, envidia o mentira, cuándo de castidad, humildad o fortaleza. Aunque justo en el momento en que se escriben estas pequeñas historias en Ciudad Rodrigo, la Historia está cambiando y de Italia nos llega esa atrevida idea de dejar  a Dios a un lado y valorar en su justa medida al ser humano como creación divina. Los guerreros desnudos anuncian la llegada de otro mundo menos integrista y más libre que nunca cuajará en nuestra España cerril.

Tras los respaldos de los sitiales, delicadas ventanas ciegas tras rejas inventadas, adivinando una vista mucho más allá del hoy y aquí, tal vez el más allá que busca el que  penetra en esta Catedral y en este recinto, el que muestra la  música compuesta para ese fin. Tras la belleza ornamental y floral, elegante pero muerta, no se puede evitar ver nacer otras tantas figuras más ocultas, más pequeñas, menos vistosas y por ello plenas de aún más mérito.

Y detrás de todo, un hombre. Detrás,  Rodrigo Alemán, un ser superior que derrotado venció.  Un hombre que murió con setenta y dos años. ¡Por Dios,  setenta y dos años para crear Toledo, Plasencia y Ciudad Rodrigo! Cada uno de los demás sabemos que ni en mil años podríamos ofrecer algo así a nuestros semejantes. Si este pensamiento te hace sentir pequeño, imagino que al que conoce su don, al que sabe lo extraordinario que se aloja en su interior, le hace sentir gigante y es cuando resultará cansado negociar y plegarse a lo cotidiano y humano.  

Así nació su lucha sin fin.

De ahí postrarse ante un credo renunciando al propio para construir un mensaje de crítica a la religión que no invita sino que amenaza. Quiso vencer a la Iglesia retándola en sus mismas entrañas, denunciando aquellos vicios que ni el arcediano ni el deán podrían dejar de mirar durante el canto. Encontró la verdadera libertad en su obra.

De ahí postrarse ante una sentencia. Al lógico cumplir con lo pactado y después rechazado. Diez mil o trece mil maravedís se antojaban lo mismo: absurdo por lo módico. Pero él ganaba su permiso para continuar con todo aquello que no quiso abandonar. La Chancillería  respaldó a Ciudad Rodrigo y con ello concedió un pequeño milagro, sencillo y austero comparado con sus hermanas mas diferente y único, del mejor final del gótico. Nunca un trozo de eternidad costó menos.

De ahí postrarse ante  una vida entrampada llena de las peores trabas, las sin sentido. Quiso marchar de una forma distinta, engañando a la realidad, transformándose quizás en otro personaje fantástico como los que habitaban sus obras, sin saber si fue real o inventado aquel final, si aquella proporción entre dos libras de carne y cuatro onzas de plumas llegó realmente a funcionar y, cual Dédalo,  pudo escapar de la torre de la catedral de Plasencia donde moraba prisionero.


Tiempo de laudes o vísperas. Hic est chorus. Justo en este lado comenzará la música que hasta hace un instante yacía sin vida sobre  el facistol. Y entonces se operará el encanto y todo se alzará en pie y tras el mar de notas se volverá a escuchar la arrogante voz de Rodrigo gritándole blasfemo al mismo Dios: “¡Ni Dios mismo es capaz de realizar una creación tan hermosa!”