viernes, 21 de noviembre de 2014

De repente Abril (III): "Todo cede, todo fluye"




DE REPENTE ABRIL (III): “Todo cede, todo fluye”

TRIBULACIONES DE UN PADRE PRIMERIZO

(Se reitera ADVERTENCIA: Material inflamable. Si te exasperan los niños o aún peor, los padres hablando de niños, sentimiento muy comprensible y razonable por otra parte, mejor no sigas leyendo)

Fueron algo más de seis meses la condena en celda de las que hoy abundan, las de  los peores barrotes, los que no se ven;  seis meses en el paro, seis meses estudiando, seis meses solo estudiando. A toro pasado, esa siempre amenazante pena del desempleo se volvió bendición porque mejoró y consolidó mi condición laboral, porque se me presentó la oportunidad de demostrarme a mí mismo que por fin volvía a estar preparado para vencer en una lucha pendiente desde antes de mis íntimos y largos años de la peste; pero sobre todo, será una etapa inolvidable de mi vida porque disfruté del privilegio de ser  el testigo  siempre presente, de los primeros meses de vida de mi hija, de sus primeros despertares y sonrisas al verme asomado a su cuna.

Cientos de horas estudiando apelmazadas, solo divisibles, distinguibles por cada descanso, por cada visita a la habitación de Abril o la furtiva mirada a un rincón del salón donde la adivinaba alerta. Una extraña ventana imaginada que convirtió mi raro verano de poco aire libre en el más luminoso y feliz de mi memoria. Reconozco que a las puertas de los exámenes, perdí  atención real y, en cierta forma, solo buscaba en mi hija, una insegura y falsa  vía de escape a momentos de tensión insoportable por todo lo que me jugaba. Pero hoy, cuando en el despacho, a eso de las once, pienso que Abril se estará despertando y que no seré yo el que la vista y le dé el biberón, lo añoro  de veras. A medida que me alejo de todo aquello,  cuando la creencia de  escuchar el eco de algún sonido semejante a su gañir, es desmentida por la certeza de que Abril se encuentra a muchos kilómetros de mí, se valora más lo especial e inmerecido de aquellas semanas. También hay que encontrarle el lado bueno a perderla de vista unas horas: al no ser capaz de memorizar fielmente  su menuda y preciosa carita, su risueña expresión, parece milagroso sorprenderme al verla de nuevo al llegar a casa.

Ya son más de seis meses en el cargo, me estoy convirtiendo en veterano o al menos ya no soy novato. Imparto consejos o expreso opiniones a padres de niños más pequeños que Abril con suficiencia, sobre trucos o formas de enfrentarse a problemones o problemillas. Cuando rato después  me vuelvo a escuchar a mí mismo, no puedo evitar sentirme algo ridículo. Pero algo sí es cierto, a veces me refiero a Abril diciendo “cuando era pequeña”. Porque ahora Abril es mayor, mayor que antes, y Susana y yo comenzamos a recordar el principio, etapas que ya no volverán, como imagino, siempre será a partir de ahora. La tengo en brazos, sé que no es demasiado bueno, pero me gusta tanto y queda tan poco… Creo que es algo que recordaré siempre, bien podría ser lo último que recuerde antes de marchar. Mientras la aprieto entre mis brazos una instantánea recurrente: ella riendo, su cara muy cerca y cogiendo mi cara con sus manitas. No acierto a encontrar un recuerdo más valioso que ese. ¿Existe un vínculo más fuerte, que cada día parece crecer más? Me reitero: entiendes a tus padres por primera, segunda, siguiente vez. El suceso común con altura de prodigio que es estar echados los dos en la cama mirando al techo, acercarme a ella y  escuchar su corazón, quedo y  atronador a la vez.

Todos dicen que se parece a mí, y sí, a veces lo veo,  cuando la comparo con fotografías mías de niño, cuando la miro cerca, en silencio, cuando estamos solos, y  también su pelo, que comienza a crecer deprisa, efectivamente es  fino y suave como lo era el mío, aunque confío de más prolongada duración. Y me hace sentir raro, entre el miedo y la alegría. No es algo que me guste especialmente. Era una de las razones por las que prefería una niña,  porque no quiero que sea como yo, un tipo que le da demasiadas vueltas a las cosas, propicio al agobio y la duda –tal vez por eso me gusta, necesito escribir-,  algo mustio, al fin. Prefiero que sea como Susana y ojalá sea así: extrovertida, divertida, positiva, luchadora, que mi parecido sea más físico que espiritual. 

Me dice mi madre que los padres ahora no somos los de antaño,  que ahora colaboramos más, pero seamos sinceros: es la madre la que se ocupa de verdad de todo. Podemos hacer diez, veinte o cien cosas, pero no se acaba uno de desprender de la idea de que no se pasa del cargo de ayudante o peón; que de verdad salga adelante Abril es responsabilidad de su madre porque es la única que no solo está pendiente de lo que tú olvidas sino que se anticipa, que no duerme, sino que vela y al menor ruido o movimiento extraño, despierta y mira a la niña alerta, mientras yo sigo durmiendo hundido en mis mundos. Susana empieza a trabajar con pena, y yo me quedo en casa con miedo. Yo colaboro, pero no me quiero quedar al mando. Aprendo instrucciones para el modo básico, para poder desenvolverte sin emergencias, siempre temiendo imprevistos que exijan respuestas desconocidas e inmediatas.

Siempre presente la conciencia de la muerte o el peligro, mío –lo que no deja de ser curioso ya que siempre carecí de ese sensor-, pero evidentemente y sobre todo, de Abril. El principio como ventana al fin, antes invisible, irrelevante. La alborada frente a la finitud. Golpeando tu condición de mortal, tu miedo a que ese fino hilo, que nunca creíste tan fino, se rompa, a que la llama que es nuestro arder diario se apague. Tengo pesadillas,  como que me la olvido en el coche un día de mucho calor y no soy capaz de encontrarlo. O todos esos peligros que te parece entrever, sobre todo en ciudades  llenas de coches y de una confusión algo insoportable.

Abril es feliz, se pasa todo el santo día riendo –menos cuando le quitan los mocos-, suspirando y agitándose en picos exultantes, en que grita como loca de pura alegría. Es así, es plenamente feliz y eso es bueno, pero también destaca la felicidad que extiende toda a su alrededor,  a todos los demás, a nosotros, a nuestros padres y familia, o como si se tratase de una flautista mágica, al recorrer con ella los pasillos de la residencia de ancianos cuando vamos a visitar a mi tía. Hoy parece tan fácil hacer feliz al otro, al que está junto a nosotros, valerse de ella para repartir sonrisas. Pero el reverso es la tristeza nueva y extraña de preguntarme qué le ocurre cuando no ríe, sobrellevar sus fiebres tras la vacuna, y volver a preguntarme qué será no poder atender a un niño, no poder alimentarlo, vestirlo, darle todo lo que necesita si yo me preocupo por su estreñimiento o por los picores de su dermatitis que no la dejan dormir todo lo que debiera. O me pregunto por  el alma podrida de alguien encarnado en demonio llevando el mal, no más allá de lo tolerable, sino de lo entendible. Víctima parece palabra fabricada para niños y niñas, aplicada al resto de forma algo impropia.

Comienza a sentarse, aunque su postura favorita es de espaldas chupándose los pies –sé que eso no durará mucho tiempo y me da pena que la vida corra tan rauda-; a veces sentada a mi lado, en el sofá, me siento raro, divertido, sorprendido en la que podría ser una buena foto mía con cara de idiota, inundado por una extraña, pero a la vez ya familiar y bendita sensación de bienestar, de esas que inundan de boba plenitud.

Aparte de nosotros, adora a unos extraños tipos llamados Eli, Pato, Lula… y Pocoyo. Literalmente se vuelve majara cuando se lo ponemos y ya se queda alucinada. Se ríe como tonta, como si supiera de qué va la cosa. No me la quiero imaginar dentro de un año cuando empiece a comprender, ya enganchada a la pantalla de un ordenador, lo que para mí, integrista que camina en la vida sin móvil, remiso a todas estas dependencias, no me deja de descolocar. En fin, servidumbres futuras que van anejas el cargo. 

Aunque sé que estamos condenados al fracaso, lucharemos con nuestras armas, concretamente con una mágica rescatada del pasado y que abunda en mi casa: los libros. Cada noche le leo un cuento mientra ella me mira divertida y atenta sin entender nada de nada, ve los dibujos y parece disfruta la rutina. Bien sé que más que ella, yo.

Comienza a probar y comer algo que ya no es la leche de mamá, empezamos con el biberón que le cuesta aceptar,  y le surge una barriga tremenda y graciosa cuando se lo toma entero; y le acaba gustando, le gusta tanto que se cansa de la teta y es inevitable sentir algo de pena y reprocharle algo de su falta de tacto con su madre por ese rechazo a su fuente de vida durante seis meses. También empieza a “comer” otras cosas como papillas, aunque al principio, piensas que casi sería mejor  hacerse con  uno de los monos de protección contra el ébola. Tarea titánica y estresante que, claro, en lo más jodido, casi siempre asume Susana y en la que tras cada cucharada, te preguntas ¿cuánto tardará en comer bien? ¿Meses, días, ¡años!? Te sientes un poco blando, vulnerable, asustado. Ves vídeos en internet que te cuentan que no te preocupes, que tu hija acabará comiendo normalmente y en el futuro, masticando, que otra cosa no, pero que esto te lo pueden garantizar, que tampoco hay que volverse loco. Bien, parece que esto mejora, aunque creo que de fruta no ha sido capaz de ingerir un gramo, agitándose a veces entre temblores o convulsiones al probar la pera o manzana, tal que si fueran venenos mortales. 

Y claro, las cacas no son lo de antes; empiezan a oler fatal y se extienden y se abren paso por todos lados hasta el punto de que alguna vez hay que bañarla. Pero nada da asco… supongo que el doctorado como padre llega cuando a tu hija está estreñida y tienes que tirarle de la caca entre risas. No importa, nada importa.

Abril se acostumbra a manejar su cuerpo, trata de entenderlo, saber para qué sirve y progresa de día en día. El modo de habitar su cuerpo que decía André Gorz de su esposa. Abril va cambiando sus gestos, abandona los que creíamos ya suyos y encuentra otros que tal vez sí sean definitivos. Aunque entre ellos, ella que nunca tuvo chupete, espero que no se encuentre  el de chuparse el dedo al dormir, cuando tiene hambre o con los primeros dientes; sobre todo porque llega un punto en el que francamente nos llega a preocupar el lamentable y deteriorado estado de su dedo gordo. Los dientes…¡Por fin! Desde los dos meses, cada vez que le ocurre algo, que la encontramos anormalmente agitada o rara, que llora fuera de tiempo o lugar, pensamos que pueden ser los dientes (“ Serán los dientes…”), hasta que finalmente sí, efectivamente son los dientes, los dos dientes que le salen con seis meses.
Y es que debe ser muy difícil ser bebé. Se aburre, se crispa, se retuerce, se carcajea y llora con segundos de diferencia en una extraña suerte de “risallanto” difícil de interpretar.  Sus manos torpes se vuelven más ágiles. Ella es más rápida y decidida,  se retuerce, quiere hacer algo, no sabe bien el qué, pero quiere vivir, probar, descubrir, se escapa, se desplaza veloz sobre su espalda mientras grita de júbilo, tiene más peligro pero es diferente a la sensación de riesgo de las primeras semanas, porque todo parece más previsible, menos frágil. Y grita cada vez más fuerte, ya no solo utilizando la garganta sino también los labios en infinitas letanías entre terribles y divertidas.

La mirada a través de sus enormes  ojos de lechuza de Atenea cambia. Hay un momento que me encanta, uno de los mejores: su mirada inquieta y ansiosa justo un instante antes de cruzar el umbral de una puerta para descubrir qué hay al otro lado; o lo que parece ser un amago de vergüenza, su mirada divertida un momento antes de girarse y ocultarse, su mirada desafiante y tranquila cuando aprieta sus labios y no quiere comer, su mirada culpable, en un boceto de la molesta responsabilidad y la culpa inherente a la condición humana que aún tardará en llegar, cuando ya sabe que no debe llevarse algo a la boca y me mira justo un momento antes, en un gesto lento, esperando la reconvención, probándome, lo que me lleva a pensar que un día será el primero que me enfade con ella, que ha de ser así… pero que tarde.

A veces miro a sus ojos cuando se pone seria y algo “pensativa”, y la siento inteligente y expresiva, y me asusto un poco, porque creo que me va a descubrir, que me ha catado, que soy un fantoche, un inútil como padre, o peor, me veo reflejado en sus ojos y me siento extraño, soy yo el que está en los ojos de mi hija. Soy su padre y me siento un poco impostor, como si fuera demasiado importante el papel que se me otorga en la obra. También me ocurre cuando aparezco fuera de plano en una foto o en un vídeo se oye a Susana decirle algo a Abril sobre papá y me digo: joder, es cierto, soy su padre y ahí sí que no hay vuelta atrás. 

Soy un fanático del orden, una de esas personas con la manía enfermiza de colocar cada cosa en su lugar, también mis actividades u objetivos, a corto y largo plazo. Aunque a primera vista, si vieras mi mesa –prolongación amueblada de mis compartimentos mentales-, pudieras pensar que todo está colocado al azar: cuadernos, libros, recuerdos o piezas decorativas sui generis. No es así. Cada una está en una ubicación definida, a una distancia aproximada de todas las demás, fruto de un plan seriamente meditado. Por eso me cuesta acostumbrarme, llevo mal hacerme  a que en mi casa empiecen a aparecer cosas relacionadas con Abril por todos lados (baberos, pañales, juguetes, biberones), aunque sé que esto no es nada, que es solo el principio, que el tema irá a peor cuando le llegue la añorada autonomía –cómo era aquello de vigila lo que deseas porque puedes conseguirlo- y le demos suelta, porque entonces todo irá a mucho peor. 

Sin embargo, seamos positivos y encaremos el camino. Puede que la mejor señal de que acepto cambiar de vida, de que me lo estoy tomando en serio es el hecho de que me deje de importar que mi libro esté a la izquierda o el bolígrafo a la derecha a dos palmos de la lámpara o que observe tranquilo mi salón repleto de cacharros y extraños aparatos procedentes del fértil gremio de productos dirigidos a niños y padres de niños, muchos de ellos francamente mejorables en calidad –a propósito, quizás el único sector impermeable a los efectos de la crisis-. Puede parecer una bobada pero para mi mente obsesiva algo enfermiza algo emparentada con la del Jack Nicholson de “Mejor Imposible”,  no lo es. 

Aburro, soy previsible, pero qué puede haber parecido. A veces, cuando la tengo cogida entre mis brazos, siento su cabeza apoyada en la mía, cierro los ojos, inspiro hondo y siento que todo cede, que todo fluye, que todo encaja; doy por bueno todo para llegar hasta aquí y solo espero que no se quede en una actitud algo egoísta, que a Abril le llegue algo de mi calidez interior, de mi pequeño éxtasis doméstico y sencillo, que de alguna manera, también lo perciba.

Es mirobrigense y ya la conduzco en sus primeras vueltas por la muralla, recordando mientras miro la sierra como tantas  veces en mi vida, que muchas fueron buenas,  pero también muchas otras, horas tristes en soledad en que las nació una extraña vinculación con los muros de mi ciudad, bálsamo prodigiosamente curativo, que me obligó a seguir y luchar. Los de Ciudad Rodrigo somos muy de Ciudad Rodrigo y espero que ella entienda, mirando al infinito incomprensible, que vivir siempre es bueno.

Y lo digo mientras publico este artículo, mientras retiro un “apilable” (yo que creía que manejaba un vocabulario en castelllano bastante aparente por lo amplio, me veo sorprendido por tantos términos llegando en cascada de continuo).

La armonía terminará, así ha de ser para que tenga sentido, pero hoy se sigue elevando etérea y radiante, tal que una Variación Goldberg de Bach, hoy mi disco más escuchado en el coche. Mi preferida,  la 25 –pero se escuchaba demasiado baja-, para siempre unida a Abril.

5 comentarios:

Javier dijo...

Me he reído con tus aventuras con Abril.
Qué suerte tiene Abril de poder un día encontrarse con estas líneas y llegar a saber algo acerca de cómo era su padre.
Por cierto, ya estás trabajando.

Atalanta dijo...

Costó, pero ya estoy de nuevo on the road... y ahora lo doy por bueno porque me vino bien en muchos sentidos: seguridad, aprendí mucho y disfruté de Abril. Pena lo de aparcar la carrera un año más.

Eso dice Susana, que algún día le gustará leer estas historias que relataba su padre para guardar el recuerdo de unos días muy especiales. De todas formas, a ver si voy evolucionando de menos sentío a más gracioso. Demasiado almíbar. Abrazo. El domingo tenemops el Ruéu, por si os apetece acercaros.

Oriol Sellent dijo...

Felicidades !!! hace tiempo que no entrava por aquí y ya veo que la temática del blog ha canviado un poco....
Muy bueno eso del "risallanto", aprovecha cada momento y cada dia con ella, verás como el tiempo se acelera y sin darte cuenta caeran messes y años.
A disfrutar !!!

Atalanta dijo...

Muchas gracias, Orial. Siempre hablé un poco de todo lo que me gusta, pero sí, ahora que entre niña y los meses de estudio, ando un poco medio jubilado, la cosa se acentuó aún más. Volveré a entrenar y a marcarme retos de los buenos, aunque me da que tengo bastante menos pundonor. Debe ser lo de ser padre :) Vaya que voy viendo que las pocas etapas que llevo vuelan y no vuelven. Empeñado en disfrutar. Bien sabéis. Abrazo.

Atalanta dijo...

Oriol :)