sábado, 24 de enero de 2015

Trail Tres Valles, entre el cielo y el suelo





Hay lugares propicios para buscar y encontrarse, para la mística, sea la de verdad o la de saldo, la de estos tiempos raros en que se demanda profundidad inmediata y accesible; lugares para la experiencia de lo divino o trascendente que hay en nosotros, y pocos los habrá tan adecuados como ese escalón entre la Sierra de Francia y Batuecas, una de esas tierras en las que las fuerzas telúricas pugnan por elevarse y empapar todo lo que habita sobre ella. 

La ascesis son las reglas y prácticas encaminadas para la liberación del espíritu y alcanzar la virtud. El éxtasis del místico requiere disciplina, apartarse de todo, vaciarse para llegar al no ser y así, alcanzar la plenitud, ser. El camino es largo y exige convicción, voluntad y sacrificio. También el nuestro.

Un camino que comienza dejando atrás La Alberca, internándonos en el Valle del Lera. Entrante del día en forma de fácil pista atravesando un pinar, ensamblada por la unión de dos pequeños tramos, uno de ascenso y otro de descenso hasta  cruzar nuestro primer río. Entonces encararemos de forma franca, sin engaños, la Peña de Francia que se muestra majestuosa y desafiante allá a los lejos, obligándonos siempre a fijar  allá arriba la mirada.


Volvemos a unos cientos de metros de pista, después camino, más tarde la todavía inofensiva puñalada de un pequeño y recio tramo de cortafuegos para enlazar con el sendero que nos llevará a la cima. Al final, el vía crucis, aquí camino de cruces en sentido literal, dejando cruces de piedra atrás a nuestro paso, y vía crucis en sentido figurado con un trecho final especialmente exigente, más de lo que parece, el precio para llegar a una cima que se adivina especial y mágica desde el principio, desde el principio de la carrera, desde el principio de la vida; porque para mí, que subo cada año en tantas ocasiones entrenando, paseando o en bicicleta, que incluso me casé alli, sigue manteniendo inmaculado su encanto. Una estación del vía crucis es el “Encuentro con la Virgen” y aquí, después de completar la ascensión, pasaremos junto a la puerta de unos de los santuarios marianos más visitados y renombrados, justo unos metros antes de comenzar el descenso.



Bien, ha sido duro, pero todo marcha bien, somos felices, hemos completado la subida de más altura, la que parece más larga, y ahora toca descender por un camino con la dificultad justa para ser divertido, para que los prudentes se lo tomen con calma, para que los más arrojados puedan volar sin peligro hasta el valle que conduce a Monsagro. A la vera del Agadón, comenzaremos a ir deprisa, cada zancada un poco más rápido, porque el terreno invita, tira de nosotros y aunque hay estrechamientos, giros y pequeños obstáculos motivados por afloraciones rocosas o cambios de relieve, todo se nos antoja fácil, poca cosa. El contraste ente el frío de las zonas de umbría con el reconfortante sol de invierno, el fugaz tránsito entre  luz y sombra motivada por la alternancia de zonas descubiertas y los  árboles de galería que crecen junto en la ribera, junto al mullido y acogedor terreno, acrecienta nuestra percepción de velocidad, mientras sentimos que los helechos o hierbas que dejamos a nuestro paso adhieren a nuestras zapatillas y prendas pedazos de noche en forma de gotas de rocío o esquirlas de hielo.



Pero todo lo bueno se acaba, cambiamos de dirección mientras fruncimos el ceño pensando que puede que hayamos marchado demasiado aprisa, que hayamos dilapidado de fuerzas que más tarde necesitaremos. Sin embargo, vemos el punto kilométrico: 16. No importa, casi la mitad  de carrera y  nos seguimos encontrando bien. Buen momento para alimentarse y repostar mientras afrontamos lo que resta, que aunque aquel kilómetro nos quiera embaucar, es casi todo.

Justo en la mitad del recorrido, toca afrontar una ascensión sin complicaciones, ni por dureza, ni por dificultades técnicas. Es el paraje más convencional, más humano, donde todo parece menos especial. Sí, todo a tu alrededor son montañas y trotas o caminas por un precioso valle, pero quieres salir de esa vía porque sientes que en algo traiciona el alma del lugar, el espíritu de la prueba, solo apta para motores conscientes, no para fríos motores de explosión.  El terreno no es exigente y comienzas a trotar, el perfil lo permite y no tarda más de dos kilómetros llegar al escalón que te sacará de allí y que ya adivinabas complicado. El verdadero trailero huye de las pistas y ahora, mientras tienes lo que quieres, mientras sufres y negocias con el desordenado aluvión de pedruscos que es la rampa que acometes, dónde colocar cada pie, y sientes en tus riñones la verdadera diferencia entre el desnivel asumible para el que solo necesitas pulmones, corazón y piernas, del que exige algo más en forma de riñones y decisión; la voluntad que te empuja a no bajar el ritmo porque sabes que la ascensión apenas llega a un kilómetro y puedes arriesgar. Es la purga que determinará si eres lo bastante duro para apostar en pos de la purificación o casi una forma de seppuku si  llegas al final tocado. Arriba el premio, el paraje de “Los puertitos”,  el balcón entre Castilla y Extremadura en el que se adivina el sendero que, en apenas unos pocos metros de desnivel pronunciado, completados mientras recuperamos aliento, nos conducirá a otro lugar encantado que ya promete sin haber visto.

Vayas sangrando o confiando en tu fortaleza, vuelve a alimentarte, porque tu cuerpo lo exigirá para llegar y disfrutar de verdad de la recompensa que buscamos desde que nuestro camino comenzó. El tramo de descenso inicial es más acusado, tiene los pasos más complicados de afrontar de toda la prueba, donde hay que pararse y atender a los avisos de los colaboradores que por allí se distribuirán. No existe riesgo grave, más que el de algún molesto resbalón por los suave de unas rocas pulidas por siglos de crecidas del río Batuecas, caída que nos obligue a llevarnos algún pequeño recuerdo en forma de muesca roja o violácea. Bastará atender y hacer uso de las medidas de seguridad  para que toda transcurra según el feliz guión. Aprovecha la ralentización, los segundos de pausa para levantar la vista mientras se recupera sosiego y adivina lo que se ofrece río abajo, entre las siluetas de las pequeñas encinas que se aferran a la vida en cada puñado de tierra. Empieza a hacer calor y sientes que todo está cambiando, que estás muy lejos de aquella mañana entre pinares en la que salías de La Alberca camino de La Peña,  que solo valiéndote de tus fuerzas has abierto la puerta a un mundo aparte, que son dos primaveras distintas al alcance de la mano, dos luces distintas, entre el hielo y el fuego.

Después de atravesar los pasos más complicados, toca volver a correr. Como camino de Monsagro, el silencio lo albergas en tu interior, porque en alto sigue hablando el cauce de agua en la misma lengua que te cantaba el Agadón, pero este río, el Batuecas, es diferente, porque a medida que avanzas y te internas en un vergel mediterráneo fuera de lugar, repleto de robles, encinas, madroños o acebo, el cauce acoge más agua y las pozas de agua cristalina se alternan con lisas y verticales paredes donde hombres de más allá de la historia firmaron algo del legado que leemos miles de años después. Este era su mundo, en el que decidieron quedarse a vivir, como aquella tribu apache que utiliza la palabra “Bosque” para referirse al mundo. El que también eligieron aprendices de eremitas para recluirse y no salir jamás de este bosque, porque puede que no se necesite más mundo por descubrir que el interior.

Estás cansado, llevas ya muchos kilómetros, horas y cuestas, pero te si sientes bien. Parece que las piernas en las ligeras o pronunciadas rampas, todas ellas cortas, pesan algo más, pero estamos tan cerca de meta que qué importa lanzarse al vacío, hasta el monasterio; después ya veremos. Si, ya es Km. 28 y solo me quedan 7 hasta meta. Ay, hermano, “¡Tente, bala!”…, y mejor, repiénsalo por un instante.

Expulsados del paraíso a las llamas del infierno. Dejas atrás Batuecas, reflejado mejor que nada en la imagen del Monasterio del Santo Desierto de San José de las Batuecas que se resiste a desaparecer y alejarse en cada giro del camino, hoy con una enorme tela alusiva al de la ilustre carmelita descalza que decía aquello de que la vida aquí abajo no es más que una mala noche en una mala posada. Ya intuyes que algo de lo malo te espera, mientras dejas atrás tierras de misterios o encantos como Batuecas o las linderas Hurdes, esa tierra algo inventada por los hombres, “Hija de los hombres” que decía Unamuno, te acoges a tirar de lo que haya, lo que se albergue dentro de ti, del maldito milagro, porque por primera vez eres consciente de que no marchas tan fino y suave como pensabas. La confianza, clave de bóveda en el fondo, comienza a resquebrajarse.

Empiezas a pensar que tal vez deberías haber comido más o corrido menos, pero al fin caes en la cuenta que estos aspirantes a ascetas que habitaban en La Peña o en Batuecas saben que el verdadero camino no es el feliz al paraíso sino el de la cruz y el dolor, la ascensión al Calvario, al Gólgota. Y o mucho me equivoco o estas palabras serán proféticas para ti también: esta ascensión será una muerte prolongada y artera porque te engañará varias veces pensando que ya llega el final, que la pasión terminó, que puede que al final fueran menos de los cuatro kilómetros que marcaba el rutómetro, y que cuando viste el perfil el día que te apuntaste sentado frente al ordenador de tu habitación,  no te parecieron tantos. Mas tenían razón: son 4 kilómetros, pero ahora que casi voy llegando a la cima sin haber podido trotar más que unos metros, me parecen muchos más.

Llegas arriba, al Portillo, al descampado atravesado por  la carretera. Aunque nunca fue tu intención cuando comenzaste ni cuando volabas hacia Batuecas, piensas que podías parar un instante para ver el paisaje o  comer algo o qué sé yo, pero para Alberca, para meta, solo faltan 2 kilómetros. Duelen las piernas aunque me niegue a creerlo.

Comienzo a bajar hacia La Alberca. Se trata de cuesta abajo y   terreno fácil pero me cuesta coger ritmo y pensar en meta, pienso más en que estoy agotado y algo derrotado. Todo es  fugaz, irreal, trato racionalizar, pensar que todo está terminado, pero me parece tan largo lo que resta…, hasta que diviso las casas de La Alberca y despierto del sueño: ya estoy aquí y decido acelerar, puede que mis piernas hagan caso, puede que no. Ahora lo entiendo, ahora recuerdo que la última estación del vía crucis era la “Resurrección” y una cosa me queda clara: la travesía ha concluido pero quiero volver a embarcarme para encontrar lo que busco.

He seguido el camino, he llegado al vacío, pero aún no he logrado entender su valor, el que  Tao Te King le atribuye, el de la rueda, el de la vasija, lo verdaderamente importante. No he logrado liberarme. He corrido si dorsal, con amigos, hablando pero cada uno protegido por su propio silencio. El 29 de marzo lo volveré a hacer con dorsal, rodeado de sueños y miedos, de la agonía en silencio, la del camino que nunca termina. Pero entiendo una vez más al loco de Alex Supertramp, entiendo al eremita, entiendo por qué Jesús siempre iba al monte a orar, a encontrarse con esa gota de eterno que habita en nosotros, con la consciencia, al fin el sentido oculto del ser humano, que se persigue en estas tierras desde antaño, generación tras generación.


El Trail 3 Valles, si estás empezando en el trail, será la exigente piedra de toque para demostrar y descubrir si has progresado tanto como crees; si eres perro viejo, una muesca obligatorio en el curriculum, porque te aseguro que de estas tienes pocas, en las que la relación kilómetros-belleza se ofrece al peso, nunca tan justa la balanza. Si tienes dudas sobre tu preparación, condiciones o temple, tienes la posibilidad de dar el primer paso: el cross de 18 kilometros. 

Nos vemos el 29 de marzo
 

4 comentarios:

CiegoSabino dijo...

Muy bueno, compadre.

Atalanta dijo...

Gracias, compadre, esa carrera es muy nuestra, nos llega; y aún no lo revisé, que quedó pendiente, pero el tiempo y la pereza. Mañana. Hay cosillas que retocas.

Gonzalo T. dijo...

Impresionante descripción , leerla es como si me hubiera transportado por ese paraíso. ¡ Qué maravilla !. Estoy deseando participar en esta carrera , y dudo entre hacer 18 0 35, solo por no perderme ninguno de estos sentimientos que ha despertado en mí este relato.

Atalanta dijo...

Muchas gracias, Gonzalo, me alegro que te haya gustado. Hombre, el recorrido completo es el que lo tiene todo, el que describo. No sé de tu experiencia. Es más duro de lo que 35 kms. podría dar a entender. Si te apuntas a esta, ves con tiento, guardando siempre algo para la subida final desde Batuecas, que, aunque está ahí ya la meta, se puede hacer muy dura.