La expedición de "Los Diez Mil" viene a ser una de las aventuras contadas más increíbles de la Historia. Más de diez mil soldados griegos (la mayoría espartanos), se enrolaron como mercenarios en el ejército de Ciro con intención de disputarle el trono persa a su hermano Artajerjes II. En la batalla de Canuxa, cerca de Babilonia, Ciro fue muerto y el ejército griego se convirtió en una unidad perdida en el corazón de un Imperio hostil. Entre aquellos hombres estaba Jenofonte, al que, tras el asesinato traidor de sus caudillos, le tocó asumir el mando en la retirada más épica que se recuerda. Desde cerca de lo que hoy es Bagdad hasta el Mar Negro, a través de montañas y desiertos, del Kurdistán y Armenia, en un trayecto de más de cinco mil kilómetros, golpeados por el frío y el sol, el hambre y el agotamiento además de por el permanente acoso del Ejército Persa, lograron llegar entre gritos de "¡¡Thalatta!!" ("¡¡El mar!!") hasta el mar, hasta su salvación, con gran parte del grueso del ejército aún unido, en lo que se considera un modelo de disciplina en la derrota.
Jenofonte legó a la posteridad ese alucinante relato de tal epopeya que es "Anábasis" (Ascensión). El ateniense Jenofonte era un tipo peculiar, una especie de soldado escritor, de intelectual aventurero. Fue discípulo de Sócrates al que veneraba pero también tenía vocación de hombre de acción, presto a enrolarse en el ejército, en un antecedente, como bien señala Javier Reverte, de Garcilaso, Byron o Cervantes.
Ahora es el turno de recorrer mi propia larga marcha que comencé ya hace meses y sé que pasarán años hasta que llegue al mar. Despedazar la presa en plaza pública forma parte de la redención. Puede que parezca que hoy es lo más hondo del infierno pero no es así. Mi ascensión comenzó el día que conseguí liberarme del lastre invisible e inexplicable que durante años me impidió superar obstáculos -quizá ahora se entiendan mejor mis crípticas atalantianas-, un laberinto mental en el que estuve atrapado que pudo no tener fin y del que afortunadamente, hace tiempo renací acompañado. Sí, es el infierno, pero la luz, a cada paso, siempre estará más cerca. Las pulgadas siguen estando ahí.
4 comentarios:
¿La salida de ese laberinto pasa por volver a estudiar?
¡Ay compadre! Jenofonte de mi vida ¡cu´´an divertido me parece tu An´´abasis! Ahi estas en mi estanteria esperando tu turno.
Un consejo: coge todos los libros de derecho, haz una pira funeraria si quieres en esa plaza publica e inmola tus demonios. Pero no te chamusques demasiado.
P.D.: Ciego hemos sido atacados por el mismo virus de la t´´ilde.
Lo leí con unos 20 años y me impresionó. Ahora, 20 años más tarde, apenas recuerdo algunos fragmentos. Pero la estampa de Jenofonte, liderando a los 10.000 es algo que uno no olvida fácilmente. Como a Shackleton.
El vídeo también lo conozco. La peli no me gustó, pero el discursito de Pacino... Es Pacino en estado puro.
Vaya yo también estaba pensando el Shackelton.
Socio, no hace falta que te diga nada, ya lo sabes. Bueno sí una cosita: creo que debes darle a tus amigos que sigan sin coscarse la oportunidad de entender definitivamente esas "atalantianas".
Un abrazo.
PD: Txero lo de la tilde sólo fue ese día, ya se arregló.
No, Txero, vas desencaminado. Si consiguiera mantener la mente serena, esa Anábasis ya no me parece tan complicada. Estoy seguro que en poco tiempo esa puerta estará cerrada y ya habré abierto otra más de tu gusto y el mío.
Dani, Schackleton, es cierto. Quizá la otra retirada más contada y sorprendente. El tipo cuyas palabras inauguraron el blog. Curioso. La pelicula es una castaña. El discurso quedaría ridículo en boca de cualquier otro. El montaje es bueno y Pacino... en fin, es Pacino, es ciertamente ese entrenador. No puedes pensar nada más. Cosas de los actores grandes.
Ciego, anotado y agradecido. Ha sido una constante en mi vida, la de encerrarme en mí mismo durante años sin tratar de buscar una solución, arrastrando mierda de la peor, de la que no se entiende. Sé que estás ahí y sé que os voy a necesitar. Abrazo.
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