martes, 3 de septiembre de 2013

Anillo Vindio, la luz en la agonía

En el camino. Hace unos días alcancé mi maratón cincuenta, más por inercia que por empeño o convicción. Estoy muy lejos de aquel Atalanta de 1996; también mi relación con el deporte es muy distinta, también mis motivos. Llevo años buscando algo y tal vez haya llegado a un lugar importante. Elegí el Boedo como número 50 porque para mí es un símbolo de lo que más me gusta en este deporte de locos; poco más que un puñado de chalados que cada año repiten un par de vueltas por un desierto campo castellano, sin encanto aparente. El asfalto y sobre todo las grandes carreras ya no me dicen nada. Sé que mi lugar es el gran fondo y es la naturaleza, es la montaña, es la ausencia de ruido, es lo simple y sencillo, es lo duro. Porque todo lo bueno que puedes esperar de esta vida no está muy lejos, lo encontrarás dentro de ti. Me costó comprender que lo mejores estímulos no necesitan grandes nombres en titulares.



Y del Anillo Vindio me gustaba todo desde el principio. Yo elijo el reto, yo elijo la compañía. Un reto de exigencia extrema en ese país encantado y diminuto, agreste, salvaje e imponente que es Picos de Europa.  Una compañía que era reencontrarme con amigos y conocer a otros que de buena cuenta sé, serán igual o mejores. Reforzar y crear vínculos en una de esas experiencias cuyo recuerdo ya jamás se desprende. Una carrera sin dorsal. Me aplico y trato de encontrar las diferencias entre una carrera y  la aventura de este fin de semana y francamente no las encuentro. Cuando eres un corredor que no lucha por puestos o victorias, sino tantas veces, solo por sobrevivir, no veo diferencia entre el reto inventado de nuestro Anillo Vindio y una carrera con dorsales y normas.





Aquí las normas las ponernos nosotros y lo mismo que escucho con escepticismo esas historias de corredores populares haciendo trampas, ya que no soy capaz de comprender la recompensa de engañarse a sí mismos, aquí nuestras normas son intocables y aún de haberlo hecho en solitario, no se me alcanza sentido alguno a decir que lo hice, si no fue en la forma en que ocurrió. No necesito puestos de control para vigilarme. Cuando te mueves en estas ligas, la victoria es simple: llegar al final.

Mis experiencias previas en Picos de Europa (Travesera, Desafío Cantabria o la clásica excursión montañera con la novia), aparte de la fascinación por un entorno mágico, me dejaron muy claro que nos enfrentábamos a un recorrido de dureza superlativa. Los alrededor de 114 kilómetros, en principio no intimidan demasiado si no le colocas el apellido de los más de 8.000 metros de desnivel positivo, por no mencionar la dificultad técnica de alguno de sus tramos, que obligan a marchar muy lentamente y con mucho tiento. Un recorrido que en etapas, sí ha completado mucha gente pero que en su modalidad "non stop" o “del tirón”, han conseguido pocos, muy pocos.





Teníamos prevista la salida a las diez de la noche pero la cena de conjura y los preparativos se alargaron más de la cuenta, con lo que el inicio se demoró algo más de una hora. Pasadas las once, comenzamos el temible Anillo Vindio quince corredores desde Poncebos corriendo de noche por la Ruta del Cares dirección  Caín. El precioso recorrido, habitualmente lleno de caminantes, lucía desolado a esas horas. Gestionamos las curvas entre pared y precipicio relajados pero alertas, al ser conscientes de que marchamos corriendo junto al abismo, entonces oculto.

Bruscamente se acaba el aperitivo. Comienza propiamente el  verdadero Anillo, comienza el desnivel con el exigente ascenso de la Canal del Trea. Subiendo por un precioso bosque a un ritmo que a mí me parece excesivo para la tela que queda por cortar, me empiezo a preocupar ya que  debido a la humedad, comienzo a sudar a chorro -los que me conocéis, ya os imagináis-. Mucho calor, la espalda bajo la mochila me arde. He cenado demasiado, demasiado cerca del inicio;  unos espaghetis al cabrales y un cachopo (algo así como un sanjacobo de filetes). Todo estaba tan rico que me he prometido repetir el domingo a mediodía si consigo terminar, pero ahora me está matando. El menú resulta demasiado indigesto. Bebo agua e isotónico para tratar de contrarrestar la deshidratación en camino, pero me duele el estómago. A estas horas todo son dudas. La meta se encuentra tan lejana, son tantos los obstáculos a superar, que voy un poco bajo de moral, avistando malos síntomas por todos lados y pensando en cuánto duraré.

A medida que pasamos el bosque y llegamos arriba, aparece el frío. Primeras vistas a la luz de la luna de las imponentes siluetas de montañas que nos rodean. Instantes para la tregua y el reagrupamiento,  momentos que nos obligan a apagar todos nuestros frontales y apenas por unos segundos, recordar nuestras razones para aguardar noches en vela.

El frío aumenta. Me molesta y me alegra al mismo tiempo. Prefiero ir temblando en manga corta porque el deterioro de mi cuerpo se ralentizará, me permitirá ir mucho más allá. Cuando llegamos arriba, comienza a llover y hemos de tirar de chubasquero. Llegamos al Refugio de Vega de Ario dudando en varias ocasiones sobre la senda correcta que nos conducirá  a Lagos. Aunque no son chaparrones, la lluvia se vuelve más intensa. Aparte de la molestia en carrera, nos preocupa el estado del terreno si el tiempo continúa  en esas condiciones durante el fin de semana. En el descenso la gente con gafas lo pasará muy mal por la lluvia y se irá quedando atrás. Manu, a pesar de cambiar de pilas, además tiene problemas con el frontal, con lo que el ligero descenso se le hace muy penoso, sobre todo por la agobiante sensación de estar ralentizando al grupo. Llegamos a Lagos y de allí enlazaremos con una pista que ya corriendo, nos conducirá a la furgoneta de Rober, al que pillamos dormido y que nos dice que llevamos algo de adelanto. Kilómetro 23.



No para de llover. Estoy completamente empapado, de pies a cabeza, pero decido no cambiarme. Aunque hace frío, sé que en marcha no tendré problema. Sin embargo, la parada se prolonga más de lo conveniente y aunque Maika me deja unos pantalones impermeables, ya no puedo parar de temblar. Sigo pensando que un error que cometemos a menudo en estos proyectos y que deberíamos mantener algo más controlado,  es el de parar más de lo necesario, una sangría de tiempo al que no veo ninguna utilidad, sobre todo en determinadas circunstancias.

Aquí se quedan Marce, Javi, Maika y Manu, estos últimos agobiados por la sensación de ser un lastre para el grupo al no ser capaces de bajar con garantías, con continuas caídas, considerando además con buen tino –porque casi siempre ocurre así-, que a medida que sigamos ascendiendo, las condiciones irán a mucho peor. Además el siguiente punto de asistencia, Posada de Valdeón, dista alrededor de 12 horas y parece demasiado tiempo para enredarse, caso de que persista el mal tiempo. Una pena, porque las ganas de seguir chocan con la prudencia y la responsabilidad que te obligan a parar. Sé que a Manu le cuesta tomar la decisión pero parece lo más acertado. Enamorado de la montaña y los retos, tiene una deuda pendiente con "Picos",  en la que espero volver a acompañarle.

Fui uno de los que acabé el Anillo pero mi lucha interior es continua, una lucha que comienza casi desde el inicio. Ya no afronto este tipo de carreras al modo alocado que solía. Ahora he de encontrar motivos para seguir, casi a cada momento. Congelado y pensando que nada mejorará, pienso en mi cama y en mi niña y me digo qué bien estaría amarrado a su cuerpecito calentito. En grandes distancias siempre me digo y cuento a quien me quiera escuchar, que siempre hay que pensar lo peor, que las buenas expectativas golpean como el peor de los desfallecimientos cuando no se ven cumplidas, que es casi siempre. Sin embargo, he aquí que por una vez,  las montañas fueron clementes. Después de pagar peaje, el alto precio de una noche congelado por el frío tras muchas horas bajo la  lluvia, la recompensa llegó con el amanecer más mágico de mi vida por lo antinatural que pareció todo, como una secuencia programada, un telón elevándose para que comenzara la función: dejar de llover, desaparecer la nubes, elevarse el sol, aparecer la majestuosa Aguja de Enol. Todo a un tiempo.






Acercarse a La Forcadona fueron momentos de paz, de alegría serena, de haber cumplido, de merecerlo. Mientras Unai y Óscar nos explican e  ilustran sobre la maravilla que nos rodea, indicándonos los nombres de collados y picos casi a cada golpe de vista, el sol comienza a templarnos y todo pinta mejor.

















A medida que nos acercamos al paso de La Forcadona, confirmamos que habrá problemas por la abundancia de nieve y sobre todo, por su estado, tan helada que impide marchar con seguridad. LLegando al collado, el desnivel es más pronunciado y simplemente marchamos acojonados. Los montañeros de verdad, la gente con más experiencia, nos marca el camino a los más novatos en estas artes. Lenta, suavemente, ayudándonos de los bastones, subimos paso a paso con la precaria seguridad que te dan unas zapatillas, siempre a punto de deslizarse y tratando de evitar mirar dónde acabarías si perdieras pie. Hace unos años mi actitud era más inconsciente en estos episodios. Lo hacía y punto, sin preocuparme demasiado. Ahora sí siento el miedo a darme una buen hostia, a algún accidente grave o irreparable, aunque procuro controlarlo. En cada paso estoy tenso pero confiado; pero más que sobre la inestable superficie helada, parezco apoyarme en la confianza que me inspiran las voces y consejos de Paco o Óscar que sé nunca me van a defraudar, en una suerte de extraña relación padre -hijo.









Al fin llegamos arriba y tras lidiar en el descenso con algún otro paso complicado entre rimayas, decidimos almorzar en un collado –no recuerdo el nombre-, al sol, charlando, como si mismamente hubiéramos decidido salir aquella mañana a caminar un rato. Se está bien; tras la dura noche y la tensión en los neveros, se nos nota contentos, relajados, locuaces. Nos cuesta volver a ponernos en marcha después de haber continuado tejiendo esos lazos entre extraños que siempre continuarán vivos, porque siempre recordaremos que hicimos el Anillo Vindio juntos.


Después del recreo, continuaremos "cresteando" hasta que afrontemos un largo descenso, corrido a toda velocidad, entre los árboles de un bosque precioso hasta el Refugio de Vegabaño donde realizaremos otra buena parada técnica para comer un bocadillo de tortilla “petrificada” que a mí me sentará bien. Después de otra pequeña subida –aunque no sea cierto, todo se antoja pequeño respecto a lo que resta por delante-, kilómetros de pistas cuesta abajo hasta Posada de Valdeón. No me noto bien, a lo que se añade que la colocación de mochila y botes me va dando problemas mientras corro lo que me cabrea; es algo que nunca preparo ni entreno y que siempre lamento cuando ya no hay remedio. Ir molesto y agobiado por estos temas, no es más que una absurda forma de perder energía y socavar los ánimos.

 



Posada de Valdeón creo que es poco más del kilómetro sesenta. Allí tenemos a Rober con un completo avituallamiento. Cuando llego, me planteo retirarme, pero hay algo que me motiva a seguir. Nada más salir, afrontaremos la subida a Collado Jermoso. Hace años que le tengo ganas, más desde que vi la excursión de Zapatero con Calleja. Aunque sabía que la ascensíón será muy dura, si las imágenes de una pantalla prometían, qué será la realidad. Además, por primera vez, me cambio completamente de ropa. Todavía llevaba los pies mojados y parece que le sienta fenomenal a mi cuerpo. Aquí se reincorporan al grupo Javi y Maika que nos habían abandonado en Lagos, además de Jandro. Nos deja Manu, de Ciudad Rodrigo, algo tocado pero sobre todo temeroso de lo que queda y prudente por su escaso entrenamiento. Es joven, con poca experiencia en ultrafondo, dueño de una clase innata que le sobra por arrobas y sobre todo poosedor de la fuerza más importante, la que da la ilusión arrebatadora, esa capacidad de soñar que en Picos de Europa se le metió en vena, en una experiencia nueva para él, que seguro le marcará.






Dos kilómetros de carretera antes de afrontar la ascensión a Collado Jermoso. No decepciona. Ascensión larga, exigente, variada, con alguna parte difícil. Llegamos justo antes de que comience nuestra segunda noche. Una hora mágica para un lugar mágico.Nombre bien elegido, a fe mía. Uno de esos sitios que ya quedaron escritos a fuego en mi interior y que algún día compartiré con los que más quiero.














Una reparadora cerveza y afrontaremos el delicado camino hasta Cabaña Verónica. Unai avisaba sobre la conveniencia de hacerlo de día porque hay zonas con difícil elección de la ruta. Unai, en euskera, significa "vaquero", y de ello ejerció durante toda la aventura. Sin él, no habría sido posible o todo hubiera sido más complicado. Privilegio conocer tan buena gente, sencilla y rica a la vez, con tanto que compartir.  

Llega la noche, llega el frío en forma de aire. Tantas horas de marcha van pesando lo suyo. Hay que marchar con tiento. No hay grandes desniveles, pero la ruta no es clara entre zonas de grandes superficies sembradas de intimidantes “jous”, fosas oscuras que intranquilizan. Varias rectificaciones en el itinerario y conseguimos enfilar propiamente el tramo entre grietas hasta Cabaña Verónica, el peculiar refugio formado por la cúpula antiaérea de un portaaviones norteamericano. Las numerosos huecos y el riesgo de caídas nos hacen permanecer alerta por lo que, aunque ha comenzado la segunda noche, no hay peligro de quedarse dormido. Nos encontramos a más de dos mil trescientos metros, sopla fuerte el viento, hace frío, pero hemos culminado otra importante etapa. Ahora resta un largo camino sin problemas de orientación y pista hasta Refugio Aliva y Vegas de Sotres.



El camino y la pista son un alivio para el cuerpo mas una cruz para el espíritu, en último término, el verdadero responsable en la decisión de continuar dando un paso tras otro. Es difícil de explicar, pero en terrenos fáciles, se complica la íntima lucha en la que cada uno marchamos enredados. Normalmente es un tramo que deberíamos haber realizado corriendo, devorando rápidamente varios kilómetros pero estamos agotados o nuestra predisposición no es la más adecuada. Además, la salida a la pista, que viene a ser como una incipiente muestra de civilización, sirve para publicar nuestros partes de estado, los que servirán de base para decidir si seguimos adelante o no. Dentro del grupo hay gente con problemas serios. La pista es monótona, es fácil cerrar los ojos y quedarse dormido. Valentín suele sufrir este problema durante las segundas noches; varias veces lo tengo que animar y avisar, no sea que se me vuelque por el arcén, lo que, al fin y al cabo, es agradable motivo de chanza. Pero lo peor no es eso, lo peor es un dolor de rodilla que lo viene martirizando desde la subida a Collado Jermoso y que le obligará a retirarse en Vegas. Me duele más que a él porque viene de una racha mala malísima, de varias operaciones, una de menisco en su otra rodilla. Sé que es importante para él este reto, como lo fue para mí el Ultra de Bandoleros a principios de año, sé que se tiene que demostrar algo que solo él entiende, demostrarse que está de vuelta, que el hambre continúa intacta. Se retirará con 94 kilómetros  por un problema físico que le incapacita absolutamente para seguir. Creo que se tiene que quedar con ello, con los casi cien kilómetros más duros que puede haber hecho en su vida, un hombre tan  bregado como él; que los ha disfrutado y sufrido por igual y que es ultrafondista hasta el tuétano. Él es un tio sensato y serio y sé que esa prueba le sirve de sobra. Sabe cuál fue la respuesta. 

Bajando por la pista a buen ritmo pero caminando, también hablo con el CiegoSabino, que ya me avisó en la cima de Collado Jermoso de que se retiraría porque no quería retrasar al grupo. Sé que ir a cola debe ser complicado porque parece que todo es peor de lo que realmente es. En realidad, su retraso no se fue más allá de diez minutos en la cima pero es entendible,  porque probablemente todo iría a más. Las ascensiones de Picos de Europa no le van nada. Son largas y muy pronunciadas. Le notó luchar y sufrir desde el inicio, desde el Canal del Trea, bregando con un ritmo un punto por encima del que él llevaría. Pero él es  un luchador como nunca conocí. Disfruta esta afición tardía con fruición y siempre pelea hasta el fin. Para mí es un ejemplo de lucha y coraje inspirador que nunca olvidaré.  Estas dos bajas me apenan profundamente, ya tan cerca del final.

Yo por mi parte sigo enredado en mi pelea. En las horas que nos conducen a Vegas de Sotres, decido continuar y retirarme varias veces. Trato de racionalizar, de entender mi estado, mi agotamiento o mi ánimo a la luz de mi experiencia. Sé que puedo ir más allá, que aparte de un dolor general, latente y disperso, no tengo ninguna avería seria. Sé que si me retiro, volveré e este instante cientos de veces a lo largo de mi vida, a preguntarme por qué no seguí, por que no luché con todas mis fuerzas para conseguir el reto. Me sé el manual de instrucciones completo. Sé cómo enfrentarme a mi mismo y sin embargo, la tentación sigue ahí. Puedo seguir, pero mi estado torna a exhausto cuando Unai me confirma que hasta Poncebos, a este ritmo, restan entre doce y trece horas,  más de tres horas a sumar a mi absurda estimación.  Lo cierto es que era un cálculo lógico y fácil pero tal vez quería evitar enfrentarme a la realidad porque asustaba. 

En principio, Rober nos iba a esperar con la furgoneta en Sotres, ya pasado Jidiellu, con solo Urriellu como gran escollo para meta. Más tarde decidimos que podría acercarse también a Vegas de Sotres, antes de Jidiellu. Íntimamente, como Hernán Cortés quemando sus naves, deseaba que no hubieran decidido o podido llegar; así no habría posibilidad de retirada pero allí están todos, animando de nuevo. Dudo de verdad qué hacer. Pienso en Valentín y Agus que se retiran por necesidad y que darían todo por encontrarse en mi situación, como bien me apunta Valentín, pero quizá lo que más me empuja a seguir es un asunto menos sentimental o elevado, sino más prosaico. Aquí también se retiran Javi y Jandro, que tiene problemas con un tobillo, así que tal vez somos demasiados para la furgoneta y conseguir una plaza para dormir va a ser caro, así que decido  continuar. Como siempre, tardamos demasiado. Preparado hace rato, me siento en la furgoneta, durmiéndome inmediatamente, cinco, diez minutos, hasta que me despiertan para partir. Animados como en cada despedida, como en cada encuentro, aguarda la temible subida a Jidiellu que ya conozco y que en Travesera hace un par de años, bajo un calor del demonio a las tres de la tarde y completamente “apajarado”, me golpeó como pocas montañas lo han hecho. Aquel día, en la cima me hicieron una foto y parecía tener quince años más de edad. A esas alturas solo somos seis: Egoitz, Unai, Óscar, Paco, Maika y yo. Lo de Maika es caso aparte. Fue una pena que no completara el Anillo porque fuerza tenía de sobra. Lo dejó en Lagos debido a las dificultades de visión por la lluvia y se reincorporó en Posada de  Valdeón. Siempre la he visto muy entera, poniéndonos firmes en más de una ocasión,  le auguro muchos éxitos cuando decida competir con asiduidad.

Jidiellu. Es mi tercera vez, la primera de noche. El recorrido que nos resta hasta el final lo conozco porque lo hice con los Bandoleros de Chelis y compañia el año pasado. Esa ascensión, fresco, de inicio, me reconcilió con la tortura de la Travesera, pero esta tercera volvió a poner las cosas en su sitio. Jidiellu es una canal vertical, duro como la madre que lo parió , que de noche parece serlo aún más. No sé si es que no acertamos con las tenues curvas que tratan de suavizarlo, pero sobre todo de la última parte, guardo un recuerdo de ascensión a lo bruto, todo tieso, una de esas cuestas de desriñonarse, con frío, pero sudando. Hasta Egoitz, el pobre, que ha ido los dos días con la marcha reductora, lo vi harto, hartísimo. Es el cansancio, es el no dormir.

Llegamos arriba, al pequeño pradito que ya me es familiar y que tanto gustito da. Comienza a amanecer. La luz, la cima, el descenso animan.Larga y clara bajada por buen camino hasta el Casetón de Andara, donde noto que ya no tengo las plantas de los pies para muchas alegrías. Aunque no se queja, Paco marcha con la rodilla tocada de un accidente de escalada. Mientras esperamos que se haga un pequeño chaperón, soy consciente de que ya tengo instalada en la cabeza la habitual nube negra cuando llevas tantas horas de esfuerzo sin dormir. Esta vez no he tenido muchas "visiones" o espejismos. Solo cuando veo venir a Paco y Maika, me pregunto de dónde ha salido el perro blanco que les acompaña.  En realidad no es más que una enorme piedra. Ya voy al ralentí, pienso, decido, calculo a nivel elemental. De aquí hasta el final, a peor. Lo previsible, lo habitual.

Sotres. El último avituallamiento. Allí están nuestros amigos haciendo guardia. Aunque la subida a Urriellu me asusta, estoy contento; de una manera u otra, esto  está hecho. Tengo el Anillo en el bolsillo, un reto al que le tenía ganas desde hace años, y que atesoraré como uno de mis conquistas más duras.

Chapa y pintura y para arriba. Son tres horas de ascensión aunque no tan exigente como el maldito Jidiellu. Quizá la parte que se me hizo más dura fue el principio. No era propiamente agotamiento físico. Sufrí una especie de  desconexión temporal. Sabía que iba a subir pero tanto tiempo por delante -alrededor de tres horas- se me hacía muy cuesta arriba, nunca mejora dicho. Además, tras comer en el avituallamiento, me entró más sueño del normal y comencé a subir a un paso lento, deliberado, desmotivado, con ganas de llegar pero sin capacidad de lucha, harto, muy harto. Me apropié de un ritmo tranquilo pero decidí no seguir a Egoitz y Maika, que me precedían. Una impostergable parada para evacuar tras unos helechos, parece que me sentó bien. Gané algo más de vidilla hasta que me volví a enganchar al grupo y continuamos, entre turistas, hasta el Refugio de Urriellu. El Naranjo de Bulnes estaba oculto por las nubes, lo que era una verdadera pena, pero he aquí, que como otras veces en esta excursión bendecida por la suerte, el cielo se abrió y se nos mostró entre abrumador y fuera de lugar.

El trayecto hasta el Refugio de Cabrones son subidas y bajadas, en un terreno no excesivamente duro, pero con tramos técnicos, lo mismo que la primera parte del largo del descenso final hasta Bulnes, con un par de tramos con cuerdas, que francamente no son lo mío. Lo mío es el machaque sin, a esas alturas, acertar a mucho más. Cada vez tengo más claro que marcho medio dormido. Ausente, tardo en interpretar las palabras de los que me rodean.









LLegamos a una pradera. De ahí a Bulnes, un sendero ciertamente "pestoso" que el año pasado evitamos aprovechándonos del canchal que corre paralelo en una de las experiencias más alucinantes y divertidas que he vivido yo en esto del monte. Esta vez, no sé si porque no entré en el tramo adecuado,  aquello no se deslizaba igual, con lo que no pude aprovecharme de la atracción, lo que sí hicieron Paco y Maika, gente más montañera y técnica.

Hace rato que Egoitz, se ha marchado por su cuenta, con una o dos velocidades más tanto subiendo como bajando. Nos espera medio dormido en Bulnes. De ahí a Poncebos, de ahí al final, apenas cinco kilómetros, apenas un suspiro por una calzada de piedras atestada de turistas.

Estamos en Poncebos, estamos en el final, poco antes de las siete de la tarde con algo más de 43 y horas y 40 minutos. Conseguimos completar el recorrido cinco atletas: Los gudaris de Euskadi nos dieron una paliza en toda regla, con Egoitz a la cabeza, un joven élite alejado del engreimiento unido a alguno de sus compañeros, al que martirizamos con nuestro ritmo popular, Unai, nuestro particular rastreador indio de Picos, al que también ralentizamos el ritmo, que no solo nos guió, sino que nos ilustró y transmitió su inmenso amor por esas montañas que vienen siendo casi el patio de su casa. y Óscar, el entrañable tipo que todos conocemos, tan curtido y unido al monte, que cualquier día se convertirá en piedra, al que creo todavía le faltaría otro anillo para contar todas sus historias. Del resto del mundo, Paco, de Málaga, el hombre tranquilo, transmitiendo paz y seguridad en cada gesto, al que percibes más duro que el pedernal desde la serenidad que da la sabiduría, y al que agradeces cada consejo en situaciones difíciles, digno hijo de Superpaco.


Está hecho, estoy feliz,  machacado, pero sonriente. Ya no hay quien me lo quite. De eso se trata, de llegar a lo más hondo para conseguir lo más alto. Probablemente lo más duro de mi extenso curriculum, tras Tor des Géants, claro.  Por ejemplo, el Ultra Trail del Mont Blanc, se queda en una broma, comparado con el Anillo. Mientras algún amigo me felicita, diciéndome lo duro que soy, sé que en realidad mi fortaleza está llena de fisuras; sí, he llegado hasta aquí, pero no puedo dejar de tener presente que perfectamente podría no haber sucedido así. Quizá por ello valoro más lo conseguido, porque tengo mi enemigo, pero también tengo mis armas, la forma de tapar las vías de agua que da el oficio y esta vez vencí yo.

Al escribir la crónica, miraba las fotos y pensaba que ellas nunca transmiten la verdad. Son la realidad distorsionada. Aunque vea mi rostro agotado, no soy capaz de aproximarme mínimamente a aquellas sensaciones de nuevo. Las fotos son divertidas, relajadas. Me inspiran a mí y probablemente al que no participó para tratar de intentarlo. La esencia de estas locuras no se puede rastrear en las fotos. Practicar ultrafondo es tensar la cuerda, caminar al borde, sabiendo con certeza que llegará el momento en que te sentirás vencido. Dejando de lado tu nivel, la forma en que encares esos difíciles momentos, te revelarán tu naturaleza, tu temple.

La experiencia es conocer las reacciones de tu cuerpo y sobre todo tu fuerza de ánimo, la experiencia te hará saber que si insistes, que si no te rindes, la oscuridad dará paso a la luz en forma de cima, de paisaje, de nuevas fuerzas, de simple broma,  y todo volverá a su lugar. El tiempo me ha enseñado que casi no hay dolores o molestias insoportables o irreparables. Sabes que tras infinitos recodos, al final del camino se encuentra la luz del recuerdo, que como en todas las experiencias únicas, quemará poderosa los primeros días, brillará más tenue pero inextinguible, después. Sigo empeñado en ello, en dominar el proceso, en hacerlo serenamente, sin ruido, sin alarmas o urgencia, en silencio. Es un viaje interior. Insisto, todo lo que necesitas está dentro de ti, y no hay lugar como la montaña, no hay prueba como el esfuerzo total, para conocerte a ti mismo.

Sobre todo un "gracias" final  muy especial, a Rober, que se desvive por nosotros para tener esos trabajados puntos de asistencia que tanto nos alegran la vida. No es solo la ayuda. Sin él, sin su ánimo y compañía, todo esto sería muy distinto.


P.S. Hay más fotos en facebook. A ver si en unos días -el viernes acabo los exámenes-, publico otra crónica pendiente, la de mi cincuenta maratón. Un recuerdo especial para Silvia y Asís, que por lesión de última hora, solo nos pudieron acompañar en la cena. En la próxima os esperamos.


"¡¡YO SOY ESPARTACO!!"


16 comentarios:

Si te lo tengo que explicar... dijo...

Gran crónica, Abel.
Acabo de dejar hace unos minutos el libro de Kilian, y por un momento, leyéndote, se me ha olvidado que lo había hecho...se reconocen sus palabras en las tuyas y viceversa.
Gracias por tus palabras...iba con ganas a esta batalla. No pensaba ganar, pero sí lanzarle un buen tajo a mi enemigo interior. El año que viene vuelvo. Y en unas semanas espero desquitarme en parte con el Desafío Cantabria.
Pero sin embargo, las gracias de verdad te las doy por haberme liado en esta historia, que me ha permitido conocer a tanta y tan buena gente. Y recuperar viejos tiempos y quizá hasta un poco a viejos amigos.
¡Enhorabuena!

CiegoSabino dijo...

Como siempre está todo dicho y muy bien dicho.

Me ha podido la pereza y la falta de "inspiración" para escribir mi crónica, pero es que ya no hace falta, tus sensaciones y sentimientos son los míos, mis palabras no los iban a expresar mejor, así que, de momento, me la apropio.

Como dice Iron Manu mil gracias por embarcarnos en la aventura, por darnos la posibilidad de conocer a tanta buena gente y por mi parte mil gracias también a todos ellos por la paciencia, las esperas y el apoyo que me ofrecieron (que me ofrecisteís todos)en todo momento. Y ya que estamos con el peloteo (jeje) agradecido por las palabras que me dedicas, tampoco es para tanto, ya sabes, cuando se va bien se va bien y cuando no... agachar la cabeza y tirar p´alante.

Atalanta dijo...

Manu, muchas gracias, hombre. El libro del Kilian ya me lo dejarás aunque sabes que soy un poco escéptico por el tema. Debe ser la edad.Te has apuntado a Cantabria. Gran, gran carrera. Lee la crónica del año pasado. Ahí el peligro es la parte fácil del principio en la que la gente se pone a correr como cosa loca sin pensar en el mañana y cuando aparece el muro de "Juego de Tronos", a aluno se le queda cara de tonto. Esa gente, la que conocía y la que no, es gente noble, sencilla, dura y fiable. A esos ya no se le pierde la pista.

Ciego, gracias de nuevo. Me gusta eso que contáis y cuentan de ver retratada de verdad la experiencia en mis palabras. Eso sí que significa que no son malas. De paciencia y esperas, no pidas disculpas porque apenas hubo, y eso es completamente cierto. Del peloteo, no te lo voy a decir más que una vez, porque estoy harto de verte y oírte, pero hay veces que hay que dejarlo claro, coño. Y con eso ya te das por felicitado para siempre :). Ya sabía yo os iba a gustar esta gente tan extraña. Todos son "uno de los nuestros".

VALMOTA dijo...

Abel que decirte a estas alturas de la "película", ya te he dicho más de una vez que atesoras un inmenso talento como deportista, a veces poco explotado. Pero creo que este queda empequeñecido por otra enorme virtud de la que eres poseedor, ese enorme talento para transmitir sensaciones y emociones. Magnífico relato
Un abrazo y hasta la próxima, que espero sea pronto

Furacán dijo...

Tremenda crónica. Me ha encantado, yo creo que es mejor que el libro de Kilian, con todos mis respetos al crack.

yonhey dijo...

Me quedo loco leyendo tu crónica, además de ser una delicia por lo que debe ser de duro una historia de esas. Lograste acabar, pero aunque no lo hubieses hecho sólo intentarlo ya es una victoria.
Enhorabuena.

rafagas dijo...

Envidia por lo que cuentas y por cómo lo cuentas.
Sólo un pero, no es chopoco es cachopo (el san jacobo), jajaja, menos mal que en algo te puedo corregir.

Atalanta dijo...

Valentín, visto que para correr, voy con lo mínimo, me centraré en la otra faceta. Yo siempre digo que para escribir, bien o mal, tienes que ir siempre con la antena puesta, darle vueltas a todo lo que hay alrededor. Estas experiencias son material de primerísima calidad. Después se trata de garabatear todo lo que vives. Gracias, amigo. Recupérate pronto.

Furacán, muchas gracias. Estoy pendiente de que me lo pasen. Ya se me podía pegar algo de la cosa del correr también :)

Yonhey, me alegro que disfrutaras la historieta. Me sorprende que a tanta gente, incluso ajena al mundillo, le haya gustado. Cómo nos van los relatos de penalidades. Sé que tu lo entiendes perfectamente. Mucho para contar entre cervezas, aunque pasen los años. Suerte en Somiedo.

Rafa, ja, ja, mire que dudé cuando lo escribí; hasta lo busqué en el google con el nombre del restaurante. Mañana lo cambio. Ya te estás perdiendo por Picos antes de que llegue el invierno. Me alegro de que te gustara.

Susa dijo...

Yo ya he perdido la cuenta de las veces que me he emocionado leyéndote

Anónimo dijo...

Gran crónica!! Leyéndote ha tenido que ser muy duro pero entran ganas de intentarlo...

Grandes todos sólo por el hecho de intentarlo.

Abrazos y suerte procesal.

Arturo

Col dijo...

Esperaba con ilusión tu crónica...cada día te superas...en todos los aspectos.
Ya veo que como una buena ultra, el Anillo tuvo de todo y en superlativo.

No pude y se me esfumó la oportunidad de disfrutar de ese porrón de kilómetros en tan maravilloso lugar y sobre todo en tan MAGNÍFICA COMPAÑÍA...esperaré a la siguiente, que seguro que la hay.

Un abrazo Espartaco.

Atalanta dijo...

Susa, mira con qué clase de loco te has juntado, mi niña :)

Arturo, algún día, amigo. Las montañas siempre estarán ahí. En el examen, la suerte está echada desde ayer. No voy. Era una quimera tragarse ese temario en tres días. Acabaremos con las demás, en junio. Seguro. Después seguiremos con otra cosa mejor. Suerte para ti.

Asís, te echaba de menos por aquí y te eché de menos por allí. Seguro que leyendo, te entraron más ganas.Te digo lo mismo que a Arturo, será por días y montes.

Abrazos.

Michel dijo...

Enhorabuena a tí y todos los acompañantes, afrontar semejante reto la merece.

Hace unos días fuimos a la zona de Gredos y me acorde de tí, es tú habitat, se lo comenté a Susana.

Como tú dices el asfalto y las grandes carreras ya no te llaman la atención, esperemos que no lo dejes del todo.

Admiro a Kilian, me parece el número uno en lo suyo, pero para mi gusto su libro deja bastante que desear.

Lo dicho Abel, mi enhorabuena y admiración, al igual que a Manu, Agus y demás compañeros en este viaje.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Ya puedo decir que yo estuve aquí leyendo tus aventuras.

albertxo dijo...

Magnífica crónica. ¡Y cuántas caras conocidas!

Por lo que escribes, es un paseo "exigente". Palabras mayores para mí, quizá cuando sea más mayor jeje

Enhorabuena por la travesía y por la crónica. Un saludo para todos, también para Rober, el avituallador y apoyo logístico número 1.

Un saludo.
Albertxo

Atalanta dijo...

Nacho, tú eres un masoquista, haciendo deporte y leyendo :)

Albertxo, ¿cómo vas? Me alegro de que te gustara. Lo suyo es hacerlo en etapas. El "non stop" es como una carrera; ya sabes que estas cosas nos pierden :) Lo de Rober es muy grande, para hacerle un monumento. Algún día escribiré algo sobre él. Qué suerte conocer tan buena gente a través de este mundo de locos.

Abrazo para todos los que habéis visitado y seguís visitando este post... que seguís siendo muchos.