viernes, 11 de febrero de 2011

La sombra del Jálama



Os dejo un pequeño relato que escribí para la revista que publican en el Rebollar, la zona donde trabajo. Por si algún valiente se atreve este fin de semana.

“La sombra del Jálama”

Eran las ocho de la mañana. A pesar de estar jubilada hace varios años, seguía empeñada en mantener su mismo ritmo vital y seguía madrugando. El ruido de las calles del extrarradio de París, despierto desde hora temprana, se colaba a través del cristal de su diminuto baño. Observó su rostro en el espejo. De un tiempo a esta parte se sorprendía cada vez más a menudo mirándose atentamente, buscando algo más allá de sus ojos. Cuando envejeces, todo se vuelve trascendental. Tal vez en eso consiste envejecer, en valorar la vida, en hacer balance y medir las pérdidas. El tiempo se acaba y vuelves hacia atrás. Todo vuelve. A veces llegaba a emocionarse vislumbrando tras las heridas del tiempo que progresivamente habían devastado su piel, el brillo de su mirada cincuenta años atrás; los ojos de aquella hermosa joven que volaba por las calles de Peñaparda. No era nostalgia o autocompasión, era algo menos hiriente; en realidad ella se había acostumbrado a utilizarlo como un cálido manto reconfortante. Quevedo decía que sólo lo fugaz es de valor real. Había tenido que consumir una vida entera para entenderlo.

Siempre había pensado que hasta que algo no está completamente cerrado, no se puede pasar a la siguiente etapa. Hacía tiempo que era consciente de que su vida había sido un infructuoso avanzar sin ser capaz de arrancar las raíces que le fijaban a otro tiempo, a otra tierra. Nuevos amarres aparecieron pero a veces, cuando probaba a tensarlos, no le parecían lo suficientemente seguros, tan sólidos como para sostener una existencia. Siempre tuvo la impresión de dejar una puerta abierta a su espalda. No había sido infeliz pero muchas veces se preguntaba si realmente conocía la felicidad. Si era honesta consigo mismo, la primera imagen asociada a esa palabra que le venía a la mente era la luz del sol reverberando sobre las hojas de los robles mientras cegaba su ojos, tumbada en el monte después de bañarse en la poza de aguas heladas.

Tal vez aquellos días estaba más callada y ausente de lo normal. Se debía a que habían vendido la casa de Peñaparda. Aquélla que construyeron años después de marchar a Francia para que ella con su familia pudiera regresar cada verano. La levantaron sobre el viejo corral de sus padres y durante unos años le pareció lucir altiva y lozana. Sin embargo, la piscina, otrora plena de los gritos y risas de sus hijos, hacía tiempo que dormía seca y silenciosa. Dominique y ella se estaban convirtiendo en ancianos para un viaje tan largo y sus nietos apenas conocían el pueblo. Desde antes de comenzar la batalla, sabía que se trataba de una derrota anunciada. Luchar para engañarse a sí misma hubiera agotado sus fuerzas en un esfuerzo sin sentido. Cuando aquel día de Septiembre firmó la escritura de venta en el despacho del notario de Ciudad Rodrigo, al mirar a los ojos de su marido, ambos reconocieron sus pensamientos, aquéllos que expresaban que desde el primer instante, desde el día en que decidieron construirla, sabían que este momento iba a llegar. Por una vez sintió que con esa firma, al fin se cerraba una puerta.

Pensó que hay días, instantes que marcan una vida, cruces de caminos en los que elegirás un rumbo que en el futuro te dejará escaso margen de maniobra. Normalmente nos gusta pensar que somos dueños de nuestro destino, creemos manejar los tiempos y poseemos la percepción de que tenemos la posibilidad de ensayo-error. Sin embargo existen dos o tres momentos en tu vida en que no es posible volver atrás. Y recordó los dos días más importantes en su vida, aquel en que decidió marchar y aquel en que decidió quedarse. Aquel Septiembre de 1963 tomó uno de esos caminos irreversibles. Acababan de matar a Kennedy. Algo cambió para siempre en el mundo, también algo cambió en su mundo. Ese día decidió marchar a trabajar a Francia. Se convirtió en una emigrante.

Trabajó en el monte. La vida era dura, los días transcurrían lentos, sin descanso. En el campo literalmente te deslomabas. Soportó el frío, las ampollas, las heridas, los sabañones hasta que consiguió que la contrataran en una fábrica de conservas.

El pueblo francés era muy bonito, bastante más que Peñaparda, pero no acogedor, no era su pueblo. El desconocimiento total del idioma le obligaba a refugiarse en sus compañeros y sentía las miradas extrañas de los franceses. Entonces sólo se relacionaba con españoles. El imposible acercamiento a las gentes del lugar, le hacía echar de menos además de a sus amigos y familiares, a las cosas. Esa añoranza le sorprendía, pensaba en la extraña vinculación de los hombres con los seres inanimados o inexpresivos, ese inexplicable nexo que te une a un escaño, un árbol o un poyo.

Y recordaba con melancolía el Jálama. Ninguna montaña le pareció nunca más hermosa. Más tarde, entusiasta del senderismo, había visitado con su familia los Pirineos y las imponentes catedrales alpinas pero nunca una montaña le pareció tan hermosa como la perfecta pirámide del Jálama.

Aunque cada vez se encontraba más lejos en el tiempo, a medida que envejecía, recordaba con mayor nitidez sus carreras por el pueblo de niña, sus salidas al monte, la lumbre, la matanza, el agua del caño de la plaza, las vacas, las perronillas con café cuando llegaba a casa después de jugar. Entonces no era consciente de los problemas de la vida real. Más tarde, de forma brusca y precoz, tuvo que despertar. Siendo muy niña ya tuvo que servir en una finca cercana a Ciudad Rodrigo. Le gustaba la escuela y le gustaba aprender pero lo tuvo que dejar. Era tan menuda que su estatura le impedía llegar al fregadero por lo que tenía que subirse en una tajuela. Pero aquello no era suficiente para alimentar a tantos hermanos. El campo y el escaso ganado no daban para más. Es entonces cuando alguno de los que había marchado a la Francia le contaba sobre grandes ciudades y sueldos imposibles. Y recordaba aquella noche cuando Antonio la apretó fuerte, cuando sintió aquel estremecimiento por primera vez. Hablaba de sueños con él pero nunca se decidieron a apostar. Fue su primer amor y el que más huella le dejó. Ambos sentían lo mismo y así lo reconocían sin hablar cuando conversaban cada verano.

Tras varios meses en Francia, a diferencia de otros, decidió poner todo su empeño en conocer el idioma, la que para ella era la única forma de llegar a alguna parte y lo consiguió. Trabajó de empleada doméstica y posteriormente en un supermercado. Allí conoció a Dominique, el jefe, con el que pocos años después se casaría. Hasta entonces siempre tuvo claro que volvería al Rebollar. Sin embargo, poco a poco, fue asumiendo que su vida ya era diferente. Y llegó ese día en concreto en que la demandaron en matrimonio. Emocionada aceptó pero supo que al mismo tiempo que unía su vida a la de un buen hombre, renunciaba a un sueño, el de volver a España y ver envejecer y cuidar a sus padres.

Cuando ahora se cruza por la calle con un inmigrante, a veces es capaz de comprender su mirada, una mezcla de miedo, valor y sueños. A veces discutía con algún amigo de su marido, verdadero racista encubierto de formas impolutas, aunque de un tiempo a esta parte, había perdido empuje y le veía menos sentido a la estéril confrontación de puntos de vista. Prefería dialogar consigo misma.

Es entonces cuando pensaba que al marchar a otro país y abandonar a tu gente y a tu tierra, se abre una herida en tu interior que nunca sanará. Tal vez cicatrizará y sólo la sentirás a ratos. Es esa herida cuyo picor a veces hay que aliviar, que tienes que rascar para olvidar. Es el desarraigo. Es el lastre de los que no tuvieron la oportunidad de ser completamente libres. Es esa puerta que nunca se cerrará.


Por otra parte, ayer confeccioné en Spotify una recopilación, "Orgullo lesbiano", de Love of Lesbian, grupo catalán al que llevo reivindicando desde hace mucho tiempo y al que últimamente parece que la gente ya va conociendo. Es uno de los discos que tengo preparados para viaje largos con mis temas favoritos. Infalible. Dedicada a mi primo "paraguayo" (diplomático). Por si a alguien le interesa investigar, ya sabe, en el enlace de la derecha. Os dejo la versión de una "menina", "Lucha de gigantes" de Antonio Vega junto a Zahara. Nos vemos el lunes.

9 comentarios:

vicesar dijo...

Bonito. Me gusta más cuando escribes historias con carga emotiva. Bien escrito. Deberías plantearte escribir un libro. Y por cierto anímate a leer el mio, que hay muchas cosas de las has escrito, que van en el. Hasta el título se parece.

Atalanta dijo...

Gracias, hombre. Ya le dije a Bienve que me lo pasara. Este verano me lo leo. Supongo que podría hacerlo porque tengo imaginación y cuando me pongo no paro. Me gusta esa frase de Javier Revete donde dice que los libros se escriben con el culo. Trabajo y disciplina más que musas. Sin embargo, nunca estaría a la altura. Para mí escribir bien es otra cosa que sólo está en poder de "elegidos". De hecho, la mitad de los libros más vendidos me parecen bastante malos aunque para eso ya sabes que sóy un poco talibán. Es difícil consumir hamburguesas cuando te criaste con solomillo.

Col dijo...

Muy bonita tu historia.
Terrible el Desarraigo y tan presente en nuestra globalizada sociedad actual.
Esa sensación de haber perdido algo tan nuestro y que ya no nos pertenece.

"podria ser tan facil, seria espactacular, si fueran reversibles aquellas noches de incendio"
Que buenos.

CiegoSabino dijo...

Eres un poeto.

Supongo que como en todas estas historias ficticas pero reales pesa mucho la idealización de una vida plena de juventud y vitalidad que lleva a la añoranza de lo que en su momento fue pesadilla.

Ya namás te falta qu´escribilu en rebollarinu, jejeje.

Dali jhuerti en Sevilla.

irotante dijo...

Guauuuuu...mi enhorabuena me costo leerlo pero mereció la pena,Pena parda el,pueblo de los franceses comentamos cada vez que se pasa.
Un saludo

Mildolores dijo...

Precioso relato, Abel. Enhorabuena.
Te veo en spotify.
¡Que digo te veo!
¡Te alabo, te glorifico! ;)

Juanjo Mestre dijo...

Me ha gustado mucho, apreciado dagal, desde esos cruces de caminos a comprender las miradas de los inmigrantes y aceptar el desarraigo.

Anónimo dijo...

Da gusto leerte.A veces utilizo tus textos para comentarlos con los alumnos, aunque me cuesta que los entiendan. Que envidia de tener alumnos como tú, seguro que cuando eras adolescente ya escribías así de bien.

Atalanta dijo...

Col, gracias. Es una pena pero es un tema cada vez más de actualidad. Hey, tú eres de los mío...."¡Creo que voy a empezar a romperme!" :)

CiegoSabino, tal vez haya algo de eso, habría que preguntarle al personaje... :)

Tante, gracias. Tú bien sabes de qué hablo. No sé si en Extremadura se notó tanto la emigración. La próxima vez que vengas al pueblo de tu mujer, llamas sin falta.

Mildo, contigo sí que da gusto, exagerao :). Sobre todo lo aprecio porque cuando tú te pones, sí que lo haces bien, jodío.

JOhnny, gracias, dagal. Te lo inspiran algunas fotos, más bien algunas miradas de las fotos.

Anómino-a, muchas gracias. Me has dejado alucinado. Que eso ya es una responsabilidad... ya ni el Quique González :). Hombre, imagino que eso se mejora con los años a medida que sigues leyendo, descubriendo mundo y sobre todo descubriéndote a ti mismo. Sí es verdad que muchos maestros y profes dicen de nosostros -el núcleo duro de los jaramugos- que éramos muy buenos chavales.